miércoles, 29 de junio de 2022

El crepúsculo de quienes fuimos dioses



Gloria Swanson

Muchas veces, los fantasmas transitan a nuestro alrededor con tanto descaro que apenas nos dejan conciliar el sueño. Ahora, en estos instantes, me pasa que, el presente se ha vuelto demasiado remoto y distante. Es decir, demasiado lejano para poder comprender hacia dónde me lleva.

«Es curiosa la amabilidad de la gente cuando estás muerto», nos dijo William M. Holden, en la película. Tal como se manifiesta en la protagonista del film, la vigencia de hoy es resistir a un pasado de esplendor, pero que reconozco hallarse soterrado por telarañas y mustios maquillajes.

Pasado, que ya no puede ocultar las arrugas ni el devenir de nuestros pasos. Pasado, que nos dicen que todo fue mentira y que estábamos equivocados, por otro lado, existe una especie de conjuro social que nos reta y engaña, manteniéndonos en un estado de eterna juventud y en el que, de la manera más absurda posible, se nos intenta situar en el pódium de los privilegiados. Ya expuso esto el gran Aldous Huxley, en «Un mundo feliz».

Tras lo acontecido en Ucrania es de obligado cumplimiento revertir el planteamiento sobre el sentido de la vida. En este instante, ya sea en Europa, en África o la China, nos hallamos en pleno desgaste social y toda la seguridad que hemos disfrutado desde 1945, se tambalean desde los más profundos cimientos.

Y en este despropósito, los mismos de siempre, se atreven a negarnos lo evidente.
Ahora que nos hemos hecho mayores para afrontar la lucha, esta gran batalla por levantar e intentar sostener los viejos principios de antaño. Nosotros que nos llenamos el pelo de flores y pregonamos al viento una nueva propuesta de libertad.

Estoy convencido que volveremos a cantar a coro y que regresaran conciertos como «Woodstock» o el «Live Aid» y que alguien más cercano al otro mundo que a este, nos regalará composiciones como «Shine On You Crazy Diamond».
Eso es cuanto sueño y le pido a mí Dios, ahora que el desconcierto me hunde y la emoción hace llenar mis ojos de lágrimas; Benditas seas por siempre Janis Joplin, y que tu «Summertime», se lo último que llegue a mis oídos.

Además de eso, pido que, aun haciéndonos mayores, nos atrevamos a desafiar el mar y los estanques. Desnudos, vestidos de piel, como decíamos por entonces, sin rubor ni vergüenza; como si formase parte una historia de H. G. Wells.

Porque hablo desde el convencimiento de que, quien tuvo retuvo.

Por ello, manifiesto públicamente mi descaro ante los poderosos y políticos de algodón. Es de conciencia el estar contentos, aunque sea por el atrevimiento que sostuvimos amando y viviendo.

Los vagabundos de Dharma, nos llamó Jack Kerouac.

El cuerpo ya no me responde, pero mi centro y mi mente sí. Saber vivir cada momento, como si fuese el último y aprender a ofrecer la respuesta más óptima y acertada posible. Todo cuanto hemos sido, lo seguimos siendo ahora. Ya no puedo correr con mis piernas, pero sí puedo hacerlo con mi mente.

Dichoso aquellos que arriesgamos en el intento de cambiar el mundo, aún a sabiendas hoy; que hicimos cuanto pudimos y nos dejaron.

— ¿Tú eres hippie, abuelo?
—Hasta los huevos, hijo. —Dijo José Sacristán, en Formentera Lady

martes, 28 de junio de 2022

Don Miguel de Unamuno y aquel histórico discurso.

 

El discurso de Miguel de Unamuno en la apertura del curso académico 
de 1900-1901 de la Universidad de Salamanca.

Al abrirse a los jóvenes estudiantes un nuevo curso, en esta solemnidad de su inauguración pública, nada más propio, sin duda, que dirigirles en alocución exhortativa consejos sobre el ánimo con que han de perseguir sus estudios, y advertencias respecto a lo que de ellos debemos esperar.

Los últimos reveses de la patria nos han ocasionado, a vueltas de su maleficio, un saludable efecto, cual es el de hacer que convirtamos a nosotros mismos nuestras miradas para esforzarnos con ahínco en conocernos mejor. Y en este prurito de propia inquisición es la enseñanza pública uno de los institutos sociales a que más nuestro examen de conciencia se endereza, ya que es en los jóvenes en quienes ha de poner la patria sus esperanzas más corroboradas. Mal pueden, en efecto, darle nueva vida los que en la antigua fraguaron su espíritu. A vosotros los jóvenes toca disipar la plúmbea nube de desaliento y desesperanza que a tantos cela la ruta del porvenir. Sois vosotros los que tenéis que descubrirnos a España y marcarla luego un fin, que no lo es ella en sí misma

Los que a otras actividades que no la vuestra viertan su espíritu, podrán preocuparse más exclusivamente en hacer a España vigorosa, grande, opulenta, y llenarán, de cierto, su deber al hacerlo, pero vosotros debéis considerar que no es la patria un fin sustantivo, sino medio más bien para que mejor nuestro destino humano cumplamos, y habéis de buscar, con esto en consonancia, a qué propósito hayan de ordenarse el vigor, la grandeza y la opulencia que para ella ambicionamos si es que han de descansar sobre sólidas bases. Vosotros habéis de ser mañana ministros de la reflexión común, y a reflejar con plena conciencia el espíritu de la comunidad habéis de tender desde luego. En el seno mismo de esta comunidad patria, en los anhelos genuinos del pueblo de que somos parte, es donde hemos de ir a despertar el ideal dormido, pues toda realidad por algún ideal vive, ni la hay, en rigor viable y fecundo más que en las entrañas de la realidad misma. Para ello, os lo repito, menester os es descubrirnos a España.

Descubrirnos a España digo, porque si es cierto, como por muchos se nos asegura, que su mayor riqueza material en su subsuelo se esconde esquiva mientras araña el labriego con el tradicional arado la ligera capa que la recubre y vela, en su subsuelo espiritual también, en los no escudriñados soterraños de su cotidiana vida colectiva yace tal vez el venero de su renovación futura mientras seguimos arañando con nuestra crítica y apologética en las humosas glorias de su capa histórica. Tenéis que descubrir a nuestro pueblo tal como por debajo de la historia vive, trabaja, espera, ora, sufre y goza.


Y debéis estudiar también a vuestro pueblo porque siendo aquel de quien vivís, con quien vivís y por quien vivís, es su estudio el único que puede llevaros como por la mano a conocer con entrañable conocimiento a la humanidad toda. Hay en este examen algo de introspección colectiva y social. Mucho de hondo contiene el dicho de esta tierra, que reza así: «Quien vio Frades, vio todos los lugares». Las referencias que acerca de extrañas gentes obtengáis serán siempre retratos y trasuntos de realidad; realidad misma sólo en torno vuestro habéis de encontrar.

Los jóvenes que acudís hoy a estas aulas a que os traslademos lo que otros averiguaron o lo que de la realidad hemos directamente averiguado nosotros, tenéis que interrogar a la realidad misma que se abre liberal a quien la invoca. Pero es preciso que la miréis cara a cara sin interposición de librescos prejuicios, es menester que las lentes de las doctrinas recibidas no estén ahumadas adrede o por descuido. Las disciplinas que aquí se os trasmiten son legado de los siglos, recordatorio de la humanidad, es cierto, pero también lo es y con mayor plenitud aún la realidad exterior concreta, la actualidad palpitante. En la vida común que os rodea, en las costumbres a que todos por hábito ajustamos nuestra conducta, en lo que sucede en la plaza, en el mercado o en la feria, en el templo, en el hogar o en la campiña late el pasado más vivo aún que en todos los libros, crónicas y documentos, donde de ordinario no quedó más que su engañoso y deformado trasunto.

¿Historia? Historia es lo que en torno vuestro ocurre, el motín de ayer, la cosecha de hoy, la fiesta de mañana. Sólo con el hoy aquí entenderéis rectamente el ayer allí, y no a la inversa; sólo el presente es clave del pasado y sólo lo inmediatamente próximo lo es de lo remoto. Lo que no descanse de una manera o de otra en el presente, ya a flor de él, ya en su lecho de roca sedimentado, no fue más que fugitiva apariencia. Es el presente el esfuerzo del pasado por hacerse porvenir y lo que al mañana no tienda en el olvido del ayer debe quedarse.


En la historia apenas se oye más que a los bullangueros y vistosos; los silenciosos y oscuros, que son los más, callan en ella y por ella se deslizan inadvertidos. Oyese en la nuestra el trotar de los caballos de los moros que invadieron nuestro suelo, pero no el lento y silencioso paso de los tardos bueyes que trillaban en tanto las mieses de los que muy de grado se dejaron conquistar. Y sin la comprensión de esto es aquello incomprensible.

¿Literatura? Sólo se refresca y corrobora acudiendo de continuo al siempre inexhausto manantial de cantos, cuentos, consejas, dicharachos, relatos, refranes y leyendas que guarda y lega el pueblo, y empapándose en la vida de éste.

Otra cosa es caer en literalismos. Si leéis el antiguo y siempre verde relato del mítico Homero no se lo entrañará mejor el que con prolijo aparato de erudición y apuro, glosas y escolios intente desmenuzarlo, si no quien sea más capaz de ver, cerrando los ojos, con los de la imaginativa, a los mozos de su pueblo empeñarse en una pedrea con los del lugar vecino por cuestión del noviazgo de uno de ellos…

¿Lenguas? Jamás comprenderéis con comprensión activa y fecunda, no pasiva y estéril, cómo una lengua vive mientras no abráis los oídos a la que en vuestro derredor suena, prestándolos atentos y fieles a los modismos del vulgo, a sus dichos y decires, a todo lo que como a barbarismo indigno de atención han solido desechar los que hacen del lenguaje un producto de pacto literario sujeto a académica prescripción.

¿Derecho o economía? ¿Habéis observado los tratos y contratos, trueques, retrueques y cambalaches de una feria con sus alboroques de añadido? ¿Sabéis cómo vive el labrador vecino o por qué cultiva trigo y no otra cosa y cómo paga su renta y su parte al fisco y cómo se gana la vida?


Bueno es el estudio de reflejo en libros y ajenas lecciones, muy bueno sin duda, pero sólo en cuanto a la realidad directamente intuida nos guíe. Mas sucede con harta frecuencia, por desgracia, que el libro os aparte de la realidad, del texto vivo el muerto, en vez de descubrírosla; acontece que en estos penumbrosos claustros se os enflaquezca la vista y el sol os estorbe luego para ver al aire abierto y a la luz libre. Traed a la memoria la escuela en que se os enseñó a leer, escribir y contar y la recordaréis como una jaula, en medio de la campiña aireada y soleada no pocas veces. ¿Os sacaron a ésta a aprender en medio del campo, por visión directa, lo que el campo a nuestro estudio ofrece? Y si por acaso os educasteis en vuestros primeros años en alguna ciudad, ¿os llevaron a ver las obras de arte o de industria que ella guardara?

Nos cuidamos muy poco de la niñez; cierto culto a los antepasados quita sitio en nuestro corazón al culto debido a la posteridad.

Y así un publicista hoy muy leído, Kropotkine, ha podido escribir «que el niño reputado como perezoso en la escuela es a menudo aquel que comprende mal lo que le enseñan mal», añadiendo esta severísima sentencia: «Vuestra escuela se convierte en la Universidad de la pereza como vuestra prisión en una Universidad del crimen». Podéis tachar esta acerbísima sentencia de exagerada, en hora buena, pero es lo cierto que en vez de satisfacer las preguntas que espontáneamente brotan del niño, las ingenuas cuestiones que, como silvestres flores que se abren, la vida misma a la mente presenta, suscítensele otras en que nunca hubo pensado, interrogaciones a que suele desembocar una investigación mal planteada, cuestiones ociosas, de puro ejercicio escolástico a menudo. Ansía el inocente libre juego espiritual, gozar de los movimientos de sus potencias y facultades, y sométanle a gimnásticos volatines. Y este daño se remata adiestrándolo más tarde para la polémica y la discusión en esgrima de gladiador esclavo, no para la investigación pacífica, en labor de combatiente libre.

Líbreme Dios de predicaros que cerréis los libros, pero sí os repetiré que aprendáis a ver al través de ellos la vida, y no al través de ésta los libros, como hoy tanto ocurre. Poco se lee aquí, por desgracia, pero es donde se lee menos donde más daño puede hacer aquello poco que se lee.


Traduciendo una vez en mi clase cierto pasaje que cuenta Heródoto cómo para embalsamar los cadáveres les ingerían en el vientre los egipcios resina de cedro, hube de preguntar a mis alumnos si conocían este árbol, y todos me contestaron que no, y éstos, los mismos que confesaban no conocerlo, podrían verlo en uno de los paseos de esta ciudad. Y habrá acaso quien sin conocerlo mejor lo tome de tópico, que suele serlo el cedro del Líbano. En tópicos de retórica hemos convertido merced a tal educación no pocas especies en un tiempo henchidas de vida y realidad, en flores de trapo las antaño naturales. Estudiante forastero habrá que de esta ciudad se vuelva a su pueblo, concluida su carrera, sin haber visitado todos, absolutamente todos los monumentos y reliquias del pasado que ella encierra, o si es de nuestra Facultad de Letras, sin haber contemplado en La Flecha el escenario que inspiró al maestro León tantas páginas admirables de sus preñados diálogos de los Nombres de Cristo, en que describe aquel paraje, o los sotos que Meléndez Valdés cantara, o el histórico campo de los Arapiles.

No sé qué proyectéis excursiones a contemplar obras de arte o la obra eterna de Dios, la naturaleza, ni sé que organicéis investigaciones sobre vivo de tanto aspecto de la realidad ambiente como nos solicita a estudio. Toda vuestra actividad académica fuera de esta casa redúcese, a lo que sé, a reuniros en otra para discursear y discutir sobre lo que otros formularon o pensaron. No os reunís para fines genuinamente científicos, de ciencia que se hace y no la que se recibe hecha, pero os falta tiempo así que se os ofrezca el más liviano pretexto, para echaros de holgorio por esas calles, paseando las banderas de las Facultades. ¡Y a esto hay quien llama patriotismo!


Sed aplicados, sí, sedlo, pero no olvidéis que no lo es más quien se encierra en su cuarto a mascullar ajenas ideas, o, lo que es ya malo, a aprenderse de coro ajenas frases, sino quien va a todas partes con los ojos y los oídos bien abiertos y en la mano el corazón. Aspirad a que de vosotros se diga: «¡Ha vivido mucho y bien!», más que: «¡Cuánto ha leído!». ¡Cosa terrible sería en verdad una educación con antojeras, como a las bestias de tiro, en que sólo vierais alargarse sin fin ante vuestros ojos la cinta árida y polvorosa de la carrera, sin que os recrearan y confortasen el ánimo los frescos sotos, lozanos prados o frondosos montes que a un lado y otro de ella se despliegan! No ha de enseñársenos aquí tanto a ganar la vida cuanto a vivirla, a vivirla por la ciencia y en ella.

No perdáis tampoco de vista que la experiencia nos enseña cuán frecuente es el fracaso en la vida y en la ciencia de no pocos sobresalientes cargados de laureles académicos. La emulación, aguijada por vanidad no pocas veces, esa deplorable emulación que nuestro infausto sistema de notas y recompensas fomenta, rara vez puede dar opimos frutos. Es un sistema condenado hoy por los más juiciosos pedagogos. No habéis de proponeros sobrepujar a los demás sino sobrepujaros a vosotros mismos, ser hoy más que erais ayer. No os suceda que sudéis y agotéis vuestras juveniles energías en certamen de competencia, como quien corre en pista o redondel, mientras podríais marchar a paso por el camino de la vida. Suele ser no pocas veces en una joven señal de vigoroso espíritu el que atento a la suprema recompensa de conquistar la verdad, único premio digno de nuestros afanes, no se doblegue a enseñanzas que en sí o en el modo de ministrárselas le repugnen, el que no se fuerce a aprender lo que en su conciencia reputa dañoso o vano por un mezquino empeño de amor propio y de vanagloria.

Y en justa correspondencia, deber es del maestro en una disciplina cualquiera inspirar afición a ella en sus discípulos, hacerles amar su estudio.

Si algo distingue a la verdadera juventud es la redundancia de vida, redundancia que para la mente se convierte en comezón de todo saberlo, de inquirirlo todo, en curiosidad a todos los vientos orientada. Y parece como que enseñándosenos tanta cosa que por muerta no nos interesa, hace conseguido tan sólo el que ya no nos interese lo vivo. El niño a los ocho años es un surtidor de preguntas, no se le caen de la boca los porqués, mientras que a los veinte parece poseer ya la clave de los misterios o que de ellos se le dé una hija; está en el secreto, porque le han enseñado que las cosas consisten en la consistidura, que no en otra explicación vienen a dar las soluciones puramente verbales que nos regalan en vez de enseñarnos a saber ignorar e inquirir. Porque es el saber ignorar el principio de toda ciencia; el saber ignorar aunado al querer averiguarlo todo. Saquemos fuerzas de la conciencia de nuestra propia ignorancia.


No perdáis tampoco de vista que la ciencia es para la acción y que todo cuanto no vivifique vuestra obra de mañana nace ya muerto en vuestra mente, pero al tomar en consideración esto no entendáis que haya de sujetarse la ciencia a eso que llaman algunos con estrecha comprensión, lo útil. Buscad la verdad y su triunfo y todo lo demás se os dará de añadidura.

Muchos de los descubrimientos que más han intensificado la vida del linaje humano Se han cumplido mientras el inventor perseguía pura y desinteresada satisfacción de saber, otros se debieron al acaso. Lo que más hizo maestro de civilización al pueblo griego fue su siempre despierta curiosidad, curiosidad de niño, casi sin ulterior propósito, su espíritu platónico, su amor por la caza intelectual más que por la pieza que en ella pudiera cobrarse. Han trascurrido siglos antes de que se hayan traducido en eso que se llama aplicaciones útiles las desinteresadas lucubraciones de Pitágoras, Arquímedes, Euclides, Eratóstenes y tantos otros.

Si alguna vez la pereza mental os dijese: «No quieras saber eso, teorías y nada más que teorías que no han de servirte para la práctica», sabe que de obedecerla no será tu práctica más que rutina, pereza en acción.


El culto a la verdad por la verdad misma es cosa que os predicarán muchos, pero muy luego contradirán su propia predicación. Porque es ése un culto que en su oficio no se deja arredrar ante la secuela práctica que de una afirmación teórica pueden sacar, cegados por sus pasiones, los hombres; ni jamás juzga de la verdad de un principio porque sus consecuencias arruinen nuestras más arraigadas instituciones o ahoguen los fundamentos que, con razón o sin ella, ponemos a los más caros sentimientos de nuestro corazón. La verdad es terrible para el que sólo busca el consuelo a que esté habituado, sin crearse otro en ella.

La inquisición de la verdad por la verdad misma, sobre fe robusta de que nos lleva siempre a la acción más fecunda y más sana, y no el buscarla como soporte de lo que tenemos ya establecido, ha de ser el cimiento de vuestra ciencia. Habiéndole advertido a un insigne pensador francés, a Taine, las consecuencias que de una de sus enseñanzas podrían sacar los franceses, dicen que respondió: «¡Cuando escribo no pienso en que haya franceses en el mundo!». No os acordéis de que hay hombres cuando investiguéis la verdad, que debe erigirse sobre todos los hombres y sobre las aspiraciones e intereses humanos todos. El hombre para la verdad, no la verdad para el hombre.

Utilitario fue sin duda el origen de la ciencia; la necesidad de saber para vivir y no una vana curiosidad movió al hombre a escudriñar los secretos de la vida de la naturaleza y del espíritu; de las exigencias de la navegación surgió la astronomía; de las mediciones de tierra en Egipto, la geometría, pero el hombre debe aspirar a elevarse sobre su propia humanidad y a hacer que el conocimiento, hijo de la acción, sea padre de ésta. Será, pues, vuestra más honda labor, la de los que a la ciencia os consagréis, extraer reflexivo pensamiento del espontáneo y casi inconsciente obrar del pueblo de que formáis parte, para que ese pensamiento revierta a la acción, vivificado en la conciencia antes; preparar mediante la reflexión del hábito recibido por el pueblo el que se habitúe éste a lo reflexivo que ha de recibir; llevar a luz de inteligencia lo instintivo para que cuaje en instinto lo intelectual. Pero esto habéis de buscarlo con pureza de intención, sin propósitos bastardos, cuales son los que sólo a corroborar los ya consagrados apotegmas tienden.


Hay quien a pretexto de su ninguna o escasa utilidad posterga ciertos estudios. La más noble tarea es hacer que sea todo útil, y la más noble confianza creer que todo llegará a serlo. «Necesitamos estudios de aplicación» —dicen—. ¿De aplicación?, de aplicación ¿a qué? A lo ya establecido, a lo presente, a lo constituido. ¿Y los estudios propios para establecer el porvenir?, ¿los que engendran generosas utopías, los estudios de creación? Frente a la ciencia constituida yérguese la constituyente; junto a los estudios de aplicación, los de creación. Ni cabe, en rigor, aplicar cosa alguna con eficacia sin crearla de nuevo.

Sumergíos, pues, en la vida a verla con visión especulativa y desinteresada, a dejaros empapar en realidad inmediata y actual con pureza de intención, sin pedirle más de lo que pueda daros ni exigirle argumentos para soluciones de antemano trazadas a medida de nuestros deseos. Si lo hacéis comprenderéis muy luego que no cabe la realidad en fórmulas ni conceptos silogizables, porque rebosando de ellos, se desborda. La infinita complicación de su trama, su inextricable tejido habrá de enseñaros a desconfiar de todos los sistemas que pretenden encerrarla en fábrica lógica. Y esto os habrá de emancipar de una de las más profundas y arraigadas llagas de nuestro espíritu nacional: el dogmatismo, padre de sectas y de intolerancia.

La rebusca de la verdad con estricta sujeción a los hechos y sin tesis previa es la mejor escuela de humildad, de modestia y de tolerancia; el aprenderse estampadas afirmaciones redondas y escuetas, fórmulas y apotegmas decididos ex cathedra lo es de soberbia intolerante. No caigáis en el ipse dixit ni olvidéis que todo lo que puede saberse entre todos lo sabemos. Y aprended a la vez a cuestionarlo todo, a poner en tela de juicio hasta lo que más asentado y axiomático os parezca, a no aceptar postulado alguno si es que queréis gozar viva visión de lo real. Y no excluyáis nada. Tened el espíritu abierto.

Lo necesitáis y lo necesitamos nosotros, los que el Estado os pone de administradores de ciencia. Vosotros nos habéis de hacer catedráticos, maestros. De arriba, de lo que llamamos, no sé bien por qué, arriba, apenas puede esperarse regeneración alguna para la enseñanza, que no se pliega ésta a decretos, y de nosotros mismos, los profesores, sólo vendría bajo excitación y acicate vuestro. ¡Empujadnos! «La verdadera educación —decía Michelet— no abarca sólo la cultura del espíritu de los hijos por la experiencia de los padres, sino además, y con mayor frecuencia aún, la del espíritu de los padres por la inspiración innovadora de los hijos». ¡Ojalá vinieseis todos henchidos de frescura, sin la huella que os han dejado quince o veinte exámenes, y trayendo a estos claustros no ansia de notas sino sed de verdad y anhelo de saber para la vida, y con ellos aire de la plaza, del campo, del pueblo, de la gran escuela de la vida espontánea y libre!”

Homenaje a Clark Ashton Smith



La Isla del Naufrago

Huérfano de naufragio
me encuentro en una tierra sin jardín
y sin campos cultivados.

Una isla que el volcán ha desolado
y los salvajes han invadido,
dominando ahora la mayor parte de ella.

Ellos me sitian y me retienen
lejos de los plataneros y del mar.

En este lugar,
no tengo más que la desnuda roca,
en donde crecerán un día los líquenes,
cuyas hojas mañana tras mañana no pueden marchitar...

Ninguna vela
blanquea los verdes mares...

¿En una isla así,
podría sobrevivir acompañado?


Vayamos pues a otra historia fascinante, hoy nos ocuparemos del Bardo de Auburn. Llamado Clark Ashton Smith, nacido un 13 de enero de 1893 en Long Valley, California. En una cabaña construida por sus padres, rodeada de bosques y cercana al pueblecito de Auburn.

Allí pasó gran parte de su vida, cultivando su fantasía entre la soledad y la pobreza.

Permaneció en Auburn basta 1954, donde se casó con Carol Jones Dorman, hasta que, tras su muerte, se fue a vivir a Pacific Grove, California.

Antes de ser poeta tuvo que hacerse cargo del negocio de sus padres —la cría de pollos— que por cierto no era nada rentable, teniendo que aceptar multitud de trabajos, desde leñador hasta editor nocturno de un periódico local, pasando por recolector de fruta, minero y mecanógrafo.

Sin embargo, nunca dejó de escribir ni de soñar....


En 1912 publica The Startreader y consigue la protección del poeta George Sterling ingresando en el círculo literario de San Francisco, que incluía figuras como Jack London y Ambrose Bierce.

Con Ebony and Crystal (1922) alcanza su auge como poeta, pero poco después abandonará la poesía para escribir relatos con los que poder ganarse la vida.

Durante el período de mala salud que le sobrevino a Smith posteriormente y que duraría ocho años, el ritmo de su producción se volvió más irregular, aunque fue en esa época cuando compuso su poesía más brillante. También fue entonces cuando recibió de manera sorpresiva y en respuesta a uno de sus poemas, la carta de un admirados llamado H.P. Lovecraft.

Esa carta sería el principio de una amistad que duraría quince años. Lovecraft siempre alentó a Smith a proseguir con su carrera literaria, y en las obras de ambos se da un cierto juego de trasvases de términos, nombres propios y lugares que se pueden considerar como la génesis de los Mitos de Cthulhu.


Sucedió que cambió literalmente su vida al unirse al círculo de los mitos, hasta la inesperada muerte del maestro y el suicidio de otro de los más grandes; Robert E. Howard, autor de Conan.

Clark Ashton Smith es conocido en nuestro país por su participación en Los Mitos de Cthulhu, sin embargo, la correspondencia de H. P. nos revela una posible relación inversa de maestro—alumno. Fue el propio Lovecraft quien quedó fascinado por la poesía de Smith y se dirigió primeramente a él (carta del 12 de agosto de 1922), e incluso le pidió que ilustrara uno de sus relatos, «El horror oculto», para Weird Tales.

Con el tiempo, Smith irá perdiendo esta posición predominante, aunque manteniéndose siempre como uno de los más originales e independientes autores cercanos a Lovecraft.

Su visión era enormemente imaginativa, conformando un género por sí misma. Exótica y erótica poesía hecha prosa, al servicio de escenarios fabulosos creados a partir de la nada y de atmósferas densas y coloristas, ricas en texturas, henchidas y fragantes como una fruta demasiado madura bajo el sol.


Aunque el Bardo de Auburn siempre se consideró un poeta, ante todo; es en su rica prosa donde pervive su legado, a pesar de sus dibujos y esculturas póstumas. Muriendo plácidamente, mientras dormía un 14 de agosto de 1961, aunque algunas lenguas de doble filo aseguraron que su alma viajó hasta Averoigne, el universo que él mismo había creado.

sábado, 25 de junio de 2022

El Sutra del Corazón y la necesidad de paz.

 

Podríamos afirmar que uno de los textos más profundos que se hayan escrito es El Sutra del Corazón. Texto de referencia en multitud de escuelas budistas Mahayanas.

Eje, principio y final de la doctrina budista, se dice que su lectura apacigua y es capaz de otorgar la paz y tranquilidad anhelada, aunque pocos seamos capaces de entender su profundo significado.

Culmen de la sabiduría budista, el pequeño texto llega hasta nosotros a través de los siglos, y poniendo de manifiesto que su interpretación tan solo es asequible para los versados en la doctrina de la mente y el pensamiento.

Ha sido estudiado por los grandes filósofos modernos, siendo eje y punto de referencia para el estudio y el descubrimiento de la recién nacida «física cuántica».

Nadie ha conseguido superar lo que en estas breves líneas expone el pensamiento más arduo y profundo de Buda.

Sin embargo, no ha dejado de fascinarnos debido a su música, cadencia y un contenido que traspasa, tal como un meteoro en el espacio.

Bienaventurados sean quienes lean la oración.


SUTRA DEL CORAZÓN

¡Homenaje a la Sagrada Perfección de la Sabiduría!

Así oí en cierta ocasión, Buda el bienaventurado se encontraba en Rayhgriha, en la cima del Pico del Buitre, junto con una gran asamblea de monjes y de Bodhisatvas.

En aquella ocasión, el Bienaventurado estaba absorto en la concentración que examina todo fenómeno llamada «Profunda Iluminación».

Al mismo tiempo, el noble Señor Avalokitesvara, el Bodisatva, contemplaba la práctica de la Perfección de la Sabiduría, observando el vacío que rodea la existencia y la de sus cinco agregados.

Entonces, por inspiración de Buda, el venerable Sariputra, le dijo al noble Señor Avalokitesvara, el Bodisatva:

— ¿Cómo debe proceder un hijo de buen linaje, cuando desea adiestrarse en la práctica de la Perfección Profunda de la Sabiduría?.

Y el noble Señor Avalokitesvara, el Bodisatva contestó al venerable Sariputra de la siguiente forma:

—Sariputra, cualquier hijo de noble linaje que desee adiestrarse en la práctica de la Perfección Profunda de la Sabiduría, deberá hacerlo así: Aprehendiendo los cinco agregados como vacíos de sí mismos.

«La forma es vacía y el vacío es forma. Del mismo modo, sensaciones, conocimiento, principios y consciencia son vacías».

—Así pues, Sariputra, todos los caminos son vacíos, carecen de características ni diferencias, ni son producidos y no cesan jamás. No son impuros, ni inmaculados, ni deficientes ni completos.

Por tanto, Sariputra, en el vacío no hay forma, ni sensación, ni conocimiento, ni consciencia; no hay ojo, ni oído, ni nariz, ni lengua, ni cuerpo, ni mente; no hay forma visible, ni sonido, ni olor, ni gusto, ni tacto, ni objetos de la mente; no hay elementos visuales, hasta no haber elementos mentales.

Tampoco hay ignorancia, ni extinción de la ignorancia, hasta no haber envejecimiento ni muerte; por tanto, no existe el sufrimiento, ni su causa, ni su cesación, ni camino, ni sabiduría, ni logro, ni ausencia de logro.

Es por ello Sariputra, que al no haber logro, los Bodisatvas observan y confían en la Perfección de la Sabiduría, con sus mentes libres de oscurecimientos y de temor. Trascienden toda visión errónea y alcanzan al fin el Nirvana.

Todos los Budas de los tres tiempos, al confiar en la Perfección de la Sabiduría despiertan completamente a la suprema y perfecta Iluminación.

Por lo que debe conocerse el mantra del Prajnaparamita como el mantra del gran conocimiento, el mantra supremo, el mantra inigualable, el mantra que calma todo sufrimiento, la Verdad porque carece de error.

¡TAYATHA: GATE GATE PARAGATE PARASAMGATE BODHI SYAHA!


Entonces Buda surgió de su concentración y ensalzó al noble Señor Avalokitesvara, el Bodisatva diciendo:

—Bien dicho, bien dicho, ¡hijo de noble linaje!, así es hijo de buen linaje, así es. Tal como has enseñado deberá ser practicada la Perfección Profunda de la Sabiduría y todos se alegrarán.

Cuando Buda se pronunció así, el venerable Sariputra y todos los presentes, incluyendo ángeles, humanos, dioses y espíritus, quedaron complacidos y elogiaron las palabras del Bienaventurado.

jueves, 23 de junio de 2022

La Bella Durmiente, Símbolos y Metáforas.

 

En un tiempo remoto y lejano...

Así da comienzo, como tantos otros, uno de los cuentos más apasionantes de la literatura. Una historia surgida en una edad donde el bosque era aún poderoso y temido, donde el reino de la fantasía convivía sin separación entre la vida del hombre y sus reflexiones metafísicas tras la muerte.

Historia cargada de simbolismos vastos y profundos, donde paisajes fabulosos se entrelazan,  y ofrecen un marco a una imaginación desbordada.

Tiempo donde habitaba el misterio y en donde las respuestas venían dadas por la observación directa de los elementos que rodeaban al hombre de manera inmediata.


Tal como diría Novalis;

«Cuando el mundo estaba todavía en el mundo»,

Siempre que se habla de otros tiempos, nuestro inconsciente nos traslada a esa edad de oro manifestada por Hesíodo y a los cantos de Ovidio, pero vayamos paso a paso, dado que no es mi intención el sermonear ni aburrir con cuestiones que nos alejen de la fábula.

Disfrutémosla como algo realmente cercano, accesible y no como una historia alejada a nosotros mismos. Percibiendo en su simbología una transformación aplicable a nuestra vida y aboguemos porque sus profundas presunciones nos ayuden en estos tiempos de oscuridad.

Todo comienza cuando la Reina se bañaba en el río y una rana le pronostica que dará a luz a una hija...

La metáfora del agua y del baño como limpieza ritual; el mundo de lo movedizo, lo anímico; inconstante e inestable.

La rana como unión entre la tierra y el agua; ella es el vínculo de la metamorfosis, recordemos a los alquimistas.


Nació la niña y llegó la alegría, celebrándose una fiesta por todo lo alto en el palacio. Se invitaron a las hadas —trece eran las que habitaban en el reino—, pero tan solo disponían de doce platos dorados, símbolo solar. Por lo que una de las hadas se quedó fuera, sin sitio y sin ser invitada.

Doce signos del zodiaco, doce dioses benefactores y un decimotercero que queda fuera del grupo como ejemplo opositor. Recordemos a Loki en el paisaje nórdico.

«El hombre micro cósmico ha de despertar a la otra consciencia, esa que duerme y se encuentra paralizada por el miedo y representada por el número trece».

Se celebró el banquete, y cuando este se hallaba en todo su esplendor, fueron pasando las doce hadas benefactoras ante la niña, concediéndole su don. Hasta que llegó ella, la decimotercera hada (bruja), aquella que no había sido invitada y nadie, por supuesto, esperaba.


Y es que nadie invita a la decimotercera...

Entonces maldijo a la pequeña, diciéndole; 

    —Cuando la princesa cumpla quince años, se pinchará con una aguja y morirá.

La impaciencia le llevó a adelantarse a la última invitada, como suele pasar en tantas historias de terror y desequilibrio, cegada por la ira y el resentimiento.

Por lo que quedaba una última hada aún por manifestar el último don, y rectificando el edicto, lo dejó así...

     —La niña no caerá muerta, sino que dormirá cien años.


Y así, llegamos a la imagen poderosa del hilo de Adriana y el laberinto. El hilo o conducto donde se desarrollan las ideas y los pensamientos.

La humanidad retrocede, la edad de oro concluye y con ello la de los viejos cuentos alrededor de la lumbre.

Llegamos a la imagen no menos poderosa de la rueca como alegoría del tiempo, enfrentándonos a la gran tejedora, esa Norna que habita, eternamente, bajo el gran Yggdrasil, el fresno sagrado, y como nadie es capaz de detener el paso del tiempo, la niña se pincha con la aguja y queda dormida, recluida en su torre.


La torre es otro símbolo poderoso donde los haya. En el arcano del tarot gana enteros. La torre que se acerca al cielo, pero mantiene encerrada en su interior todas las esperanzas por alcanzarlo, sin embargo, en todos los cuentos de hadas se repite el mismo axioma; transformándose en un símbolo ancestral; el mito de reclusión de la princesa —entre la tierra y el cielo|—. Mientras el mundo, la humanidad. se sume en el sueño...

Amainó el viento, los árboles enmudecieron, y alrededor de palacio creció un seto de rosas silvestres, resguardando al palacio a la mirada de los hombres y con el propósito de cumplir con unos requisitos muchos más elevados; tal como ha sucedido en todas las sociedades sagradas y que, por una razón u otra, han quedado apartadas de la sociedad. Recordemos el caso de Shamballa, Avalón, La isla de Preste Juan...

El rosal silvestre mantiene resguardada a la Bestia —la materia—, mientras el proceso continúa su ciclo.

Al fin, se cumplió la ventura y llegó el príncipe, el eterno viajante que cruza puentes y mares. El héroe, magníficamente ilustrado por Doré para el cuento. El viajero infinito de Cambell llega traspasando el tiempo; consigue salvar el rosal espinoso y con un beso en los labios de la princesa despierta el alma dormida.


«Llegará aquel que está llamado a despertarla, cuando llegue el signo de la rosa y despierte la virtud del beso».

Enunciado que nos acerca a la filosofía Rosacruz.

«Quien sea capaz de aceptar la vida terrestre, arraigándose firmemente a ella, sometiéndose a sus dificultades para crecer de ellas y entre ellas.

El que como la rosa supere todo lo pétreo y lo hiriente, el que aliente como la flor un amor altruista y purifique la sangre de pasiones hasta volverse inocente, ya puede tomar el símbolo de la rosa».

Que sea este nuestro epitafio final, aquel que encierra los secretos de todas las catedrales, y ahora que se ha desvela, mostrando el misterio y todo aquello que se oculta tras un inocente cuento.

La Rosa de los cinco pétalos, esas rosas que acompañan vírgenes en la edad media.

El pueblo despierta, el aire vuelve a acariciar las ramas, aúllan los perros y el agua corre de nuevo, entonces el proceso se da por concluido.

Nadie se sabe que sucederá a partir de ahora.

La bella durmiente es un cuento de destino y paso. Es un cuento de puertas y cruces de caminos, un proceso místico donde el héroe encuentra al fin a una doncella, que no es más que su alma dormida.

martes, 21 de junio de 2022

Hadas

 


Cuando el reverendo Robert Kirk murió un año después de haber publicado «La comunidad secreta», se dijo que su muerte fue un castigo por haber revelado los secretos de los elfos y las hadas.

Su cuerpo fue hallado en Fairy Knowey, la colina de las hadas, y hubo quien creyó que su cadáver era el de un doble, pues su verdadero cuerpo se hallaba, bajo la colina, pagando el castigo por haber revelado los secretos de «la gente pequeña».

Siglos más tarde, Sr. Arthur Conan Doyle, sufría uno de los engaños más espectaculares de la historia, al defender, a cal y canto, la autenticidad de unas fotografías de hadas tomadas por las niñas de Cottingley, a pesar de la evidencia. Sin embargo, el hecho es que dichas fotografías mantuvieron en jaque a la sociedad británica durante al menos diez años.

Ayer os hablé mi biblioteca, pero os oculté mi colección de libros de hadas y creedme si os digo que puede ser una de las colecciones más voluminosas de este país en lo referente a dicha zoología.

¿Por qué esa fascinación por el mundo de lo feérico en ciertos escritores? ¿Una huida de la realidad? ¿Necesidad de experimentar en otros planos de la existencia?

Cuestión ardua de solventar, y lo único que se me ocurre de aportar es cuán difícil supone dominar una maestría capaz de hacernos confundir de realidad; y he ahí el cometido de todo escritor; ya sea en el marco de lo fantástico o en cualquier plano que este proyecte su obra. Hacernos dudar de cualquier tipo de convencimiento o certeza, dicho sea de paso.

lunes, 20 de junio de 2022

Ventanas

 


Me hallaba atrapado, sin salida.

La habitación se encontraba en penumbra y mis pensamientos saltaban de un rincón a otro. Entendí que, si seguía mucho tiempo así, me declararían la guerra. Y entonces, si eso sucedía, ya no habría vuelta atrás.

El suelo se hallaba sucio, lleno de migajas por las que batallaban negruzcos insectos. Las paredes se consumían entre lo mugriento y lo mohoso. Tan solo disponía de un camastro en donde su superficie constituía todo el universo. Sobre los ángulos de la habitación se acumulaban libros polvorientos y frente a ellos un cúmulo de ropas se abochornaban de ser ellas mismas.

Así vivía yo, en un mundo en el que todo se hallaba paralizado y cada vez que la mente intentaba hacer un movimiento, aunque tan solo fuese para reconocer el terreno, ese movimiento dolía.

Una tremenda punzada se ensañaba en mi cerebro, y a continuación descendía, como un si la llevase un río, primero hacia mi pecho y luego… ¡Cuánto dolía el estómago!

Seguidamente me dirigía al baño, pero eso mejor ni mencionarlo tan siquiera…

Pensaba y leía mucho. No me quedaba tiempo para apenas nada más.

Así fue sucediéndose el tiempo, indefinidamente, sumido en la más espantosa ambigüedad y sin atreverme.

Me encontraba al límite, no aguardaba nada, no había nada por lo que aguardar.

Entonces sucedió que el viejo y apolillado marco de madera, ese que ocultaba la ventana cedió.

Entonces, cuando menos era de esperar, penetró un delicado rayo de luz. Me quedé sorprendido al contemplar las ondas polvorientas que retozaban sosteniéndose en la luz. Observaba fascinado.

Alargué mi brazo y dejé que mis dedos formaran parte de ese juego.

Recordé que tras el marco de madera existía una ventana ¡Cuantos años habían pasado sin abrirla! Con toda mi rabia tiré del picaporte, obviamente se hallaba obstruido. Sin fuerzas, pero con todo el desespero tiré y tiré hasta hacerme daño.

La sangre corrió por mi mano, no me importó en absoluto, la sangre tan solo es sangre. Así que volví a tirar del maldito picaporte, hasta que al fin cedió.

Al fin y como a borbotones entró la luz.

Cerré los ojos e inhale aíre limpio que me llegaba. Sin duda que la vida seguía, una vida que apenas recordaba. Los poros de mi piel se erizaron, me deje acariciar por la brisa.

Lloré como un niño pequeño al ver (descubrir) la luz, y entonces, todos aquellos pensamientos malsanos retrocedieron como asustados.

En pie, me mantuve detenido.

En cuanto pude retomar el valor, volví la mirada hacia la habitación, sorprendentemente no había sombras.

Los pensamientos lóbregos huyen de la luz—. Descubri.

Entonces recordé que en la casa debía de haber alguna puerta para poder entrar y salir. Lo dejé todo atrás, ropas, enseres y mis queridos libros que de repente habían enmudecidos.

Tocaba intentarlo de nuevo, en pie, a unos pasos de la puerta, observé los árboles y la respuesta de sus hojas respondiendo al viento.

El miedo no me venció esta vez e inicié la marcha en dirección hacia el sendero que llevaba al bosque.

Lo intentaría de nuevo, me daría otra posibilidad.

A Herman Hesse, que me ayudó a salir.

viernes, 17 de junio de 2022

Los hombres buenos también existen

 

A Juan Escaño, in memoriam.

«Si quieres mandar, aprende primero a servir»

Fuiste un hombre bueno, y portabas, contigo, todo aquello que se supone llevan los hombres buenos, una luz capaz de alumbrar caminos oscuros.

Te gustaba comer e invitar en el postre a una sonrisa, y es que, ahora que lo pienso; nadie se aburría a tu lado. Te gustaba tanto dar que todo lo dejabas en el otro.

Tardaste en decidirte por el sacerdocio, esas eternas dudas sobre la iglesia y su financiación; ¡Ah! Ese mundo carroñero de Roma.

Pero... eso está ahí… ¿verdad Juan?... y seguirá estando... y lo más triste de todo es que no podemos cambiarlo.

Entonces decidiste hace lo más sencillo, ir a lo tuyo y mirar hacia otro lado. Y es que, uno no se puede pasar uno toda una vida retenido, a expensas de que los demás inicien el proceso. Lo entendiste a tiempo, menos mal, si no te hubieses quedado en ese lugar en el que no se avanza ni se realiza.

Te conocí de maestro de escuela y llevabas, tras de ti, a un auténtico ejército de Boy Scaotts. Fuisteis maestro, en toda regla, aunque no entendieses en toda tu vida una patata del Shidartta, ese.  Y mira en que insistí en que lo leyeras, pero tu vida marchaba paralela entre Santa Teresa y el trabajo incansable de San José Obrero.

Te pedí que me casaras, aunque no creyese ni un ápice en tu iglesia.

Y me la jugaste bien, dado que te solicité una ceremonia escueta y lo más corta posible. Casi hora y media, nada más y nada menos, me tuviste ante el altar. Luego, recuerdo leímos algo de Khalil Gibran a petición mía, para endulzar un poco la situación.

Retomé nuestra relación en el hospital Virgen Macarena, y en plena crisis budista por mi parte. Como capellán del hospital recuerdo que no parabas, saltando, de una planta a otra durante todo el día. Aunque, tus preferidas siempre fueron la de los niños y los terminales. Porque, ahora que lo pienso, siempre estuviste cerca de donde ahora estás.

Luego, me llamaste para que te echará un cable con los enfermos mentales del pueblo sevillano de Camas, y entonces montamos un curso de cocina con el objetivo de ampliar sus recursos y que pudiesen estos subsistir. Pusimos en dicha prestación todo un año de nuestra vida, cocinando y comiendo juntos, enfermos mentales de uno y otro bando. Me enseñaste a compartir  una misma mesa.

¡Juan, qué te gustaba comer! Más comilón que cocinero, sin duda. Aún recuerdo tus arroces apelmazados, digno del mejor de los albañiles, y a los que, por nuestra parte, respondíamos con un escueto; —esta rico —mientras intentábamos ingerir dicho pastizal.

También recuerdo la distribución de los alimentos en Cáritas, y en donde una larga fila de mujeres discutía sobre la porción que se llevaron la semana anterior.

Te cansaste de esta sociedad hipócrita y carente de solidaridad.


«Mi corazón, Señor, se hace mesa,
mantel blanco de amistad
para todos los hombres».

El norte de Perú, las misiones fue tu siguiente destino; te quitaste de en medio, cómo bien se diría, para pasar, entre balas y hambre, a repartir los garbanzos. Eras fuerte, como un viejo roble, aunque volviste mucho más delgado del Perú.

Recuerdo que entonces me dijiste; — ¡Que lote de garbanzos, Ricardo! ¡Nada más tenemos garbanzos! Anda dime alguna receta que ya no sé cómo cocinarlos.

Tus últimos años lo echaste entre las parroquias de San Juan del Puerto y Alanís de la Sierra, alejado de todo bullicio. En un pueblo donde aún uno se puede permitir el respirar y pasear, sin que a uno le empujen.

Luego llega tú último acto para conmigo, ese último detalle por el que el resto de la vida se ha hilvanado y sin posibilidad de que pueda deshacerse el tejido.

Parroquia de la Macarena, a la que llegaste muriéndote. Intentaste dar un homenaje a mi padre y con la intención de dedicarle unas palabras de despedida. No pudo ser, te caíste redondo; tal cómo un legionario de Roma, en medio de la batalla.

Y en esa caída, en ese querer y en ese último intento último por dignificar al que más se lo merecía, pusiste tus últimas fuerzas. Tras comprobar que no tomarías la colina, proseguiste y persististe en contra de los bárbaros perjuicios del sevillano idolatra y vacío. Y aún muriéndote corría más sangre por tus venas que todos esos que se dan golpes en el pecho, y en una iglesia rica en oro, pero que, a día de hoy, desierta en virtudes.

Entonces, comprendí que en esa rebeldía que se manifiesta ante lo adverso, en esa entrega hacia el otro se encontraba tu verdadera iglesia y no en los ornamentados mantos, ni en la luz de los cirios, ni en las chaquetas corroídas de falsa cortesía.

Tus últimas palabras para conmigo fueron; —Ya no está el horno para bollos, Ricardo.

En esos momentos entendí tu enorme calidad humana; ese viejo roble había caído partido como por el rayo —nos diría Miguel Hernández.

Descansa en paz hermano, en los cielos que ahora habitas. Los cuales, aguardo y deseo, de corazón, sean más confortables y nítidos que estos de por aquí abajo. Ahora que apenas se sostienen.