viernes, 3 de junio de 2022

Cabaret Butterfly


«Yo me pongo y me quito el sombrero como me da la gana»

Walt Whitman.

Regresamos de nuevo, tras varios días de intenso trabajo en la cocina, y por otro lado, continuo inmerso en el tercer cuaderno de Thyrsá y a la vez que me preparo para partir a la feria del libro de Granada.

De lo más destacable en estos días de ausencia ha sido la asistencia a la obra «Cabaret Butterfly» en el teatro Calixto Sánchez de Mairena del Alcor.

Lo que me llevó al recuerdo de mi participación en un taller de cabaret con la maravillosa Mayi Chambeaud, taller que me removió en lo más hondo, y en un tiempo en el que uno se permitía atreverse con todo.

Lo que no esperaba es que esta obra me sumergiría de lleno en un proceso vital y en donde, de nuevo, regresarían aquellos ritmos que tanta importancia tuvieron para mí. Todo ello llevado, llevado de la mano, por una magistral interpretación y guion de Belén Sanz.

Basada en la ópera «Madama Butterfly» de Puccini, y dirigida por ese genio llamado Juan José Morales Acosta, «Tate», al que sigo desde que casi era un niño en los escenarios; uno intuía por donde irían los tiros.
La escena inicial es primorosa; se abre el telón y allí está ella, Belén Sanz, interpretando y dejándose llevar por todo el lirismo del mundo bajo un aria de María Callas.

Escena que tan solo dura un instante, el necesario para entrar en escena y pasar al ritmo delirante del sttacatto, tal como lo sugirió la inmortal Grabielle Roth.
Entonces, Belén provoca la risa más apremiante e interpreta el personaje principal de la obra de Puccini, una japonesa de Nagasaki con kimono y todo. A partir de ese momento, Belén se entrega a la obra, y progresivamente pasa a relatarnos sus experiencias como amante y como mero objeto sexual de los hombres.

Multitud de situaciones, representadas en el tipo de vestuario que va adoptando la protagonista.

Tate, está ahí en cada momento, como parte silenciosa de todo y en la que interviene colocando baldas de madera, objetos o ayudando a vestir a la dama…
Pero ni eso le vale a ella, y poco a poco, entre risas y los delirios de toda una existencia, incluida la atrevida puesta en escena de Gilda, el alma de la mujer queda desnuda frente a una vida que, para nada le ha otorgado dicha ni complacencia.

La soledad es la gran talladora del espíritu... nos dijo Lorca.

Y una vez más, regresa la confidencia y esta vez lo hace en forma de alegato o discurso y al ritmo de la quietud más absoluta, ese ritmo que se da al principio o final de todo…

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