martes, 14 de junio de 2022

Haciendo camino

 


Hay un libro al que le tengo especial cariño; es un ejemplar muy antiguo del «Emilio» de Jean-Jacques Rousseau, en el hay muchas frases subrayadas a lápiz y una de ellas dice así; «Renunciar a nuestra libertad es renunciar a nuestra calidad de hombres, y con esto a todos los deberes de la humanidad», también hay otra que llama poderosamente mi atención, aunque realmente no esté totalmente de acuerdo con ella: «El hombre es bueno por naturaleza es la sociedad quien lo corrompe».

Tal como dijimos ayer, concluyo el ciclo de presentaciones. No me esperaba tanta intensidad, desde la publicación de esta nueva entrega de Cartas a Thyrsá. Todo ha sido demasiado rápido, constituyendo la guinda del pastel la presentación de ayer tarde en La institución literaria de El Baratillo.

Mis gracias por tantas muestras de cariño recibidas.

Todos necesitamos muestras de amor, y más en los tiempos que corren.

Desde hace algún tiempo trabajo mucho las relaciones, intentando sanar y reconstruir donde se pueda y, por supuesto, en un terreno adecuado para ello.

Vivimos malos tiempos, demasiados despistes, demasiado poner la atención en cosas vanas y efímeras. El egoísmo impera en cada encuentro con el otro y en lo laboral las relaciones se construyen ahora desde el infierno. Se ha perdido el respeto hacia la persona y todos nos hemos vuelto mera mercancía de un; aquí te quito y aquí te pongo.

La imbecilidad se ha apropiado del sistema, véase cualquier red social para comprobarlo. Con el paso de los años me cuesta morderme la lengua, me he vuelto selectivo y escribo en aras de libertad, no soy de lo que se esconden tras unas palabras acarameladas, incapaces de confrontar.

Ayer tarde sucedió una especie de milagro, una isla, de esas que tanto me gustan. Hablo de las artes, y en este caso le tocó el turno a la literatura y más concretamente a la poesía que fueron las causas de susodicho prodigio.

Abandonar el afán de parecer o aparentar, por el llegar a ser alguien auténtico y nuevo.


«Así habló Zaratrustra», de Nietzsche. Recuerdo con especial intensidad sus primeras páginas, que son abrumadoramente acertadas para ilustrar cuanto digo.

Aplicar el sentido común y saber que uno camina por un camino llano y correcto, sin insultos, ni pillajes de por medio. Tan solo caminar de la mano a quien te quiere y respeta, aunque sea una tontería cuanto le ofrezca, un desacierto o incluso un improperio para la razón.

Cada jueves, y cuando lo laboral me permite, acudo a oír poesía y a rodearme de voces que claman por lo hermoso. En ese intento por ser mejor, no hay competencia ni descaro, tan solo la voz del otro que me llega y me ofrece lo mejor de su persona.

Hemos pasado de ejercer el arte de lo poético, casi en la clandestinidad; a salir a la calle y ofrecerla en los colegios.

«Poesía necesaria como el pan de cada día…».

Lo compruebo cada día, ahora que sabemos que no hay que tener miedo al qué dirán.

Celebremos pues que, las artes en su conjunto, ahora que el discurso poético ha regresado y de aquellos aburridos tertulianos que dialogaban sin parar, resurgimos al igual lo hicieron los viejos estoicos; en los malos tiempos, en medio de la calle y los hogares.

Gracias a cuantos me acompañaron ayer tarde, fue inolvidable, demoledor y os puedo asegurar que llevaré la velada en mi corazón, para siempre.

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