lunes, 13 de junio de 2022

Los espíritus de Madge Gill

 


«El arte no es una forma de ganarse la vida, es más bien una forma muy humana de hacer la vida más soportable. Practicar un arte, bien o mal, es una forma de hacer crecer el alma. 

Bailen con la música de la radio, cuenten cuentos, escriban un poema para un amigo o para una amiga, aunque sea pésimo. Háganlo tan bien como sepan y obtendrán una enorme recompensa, habrán creado algo».

Kurt Vonnegut Jr.


Como suele ser habitual, en este tipo de personas, la vida no se lo puso nada fácil desde un principio. Madge era hija de madre soltera, nacida en Londres allá por 1882. Criada con una abuela y un abuelo muy severo, bajo un ambiente claustrofóbico.

A los nueve años se deshicieron de ella entregándola a un orfanato para niños desasistidos.

A los catorce años es enviada a Canadá junto a cientos de niños en un acuerdo «comercial» por parte del gobierno británico y con la intención de quitarse los niños de en medio y no, precisamente, para ofrecerles una nueva oportunidad en el nuevo mundo, como se vendió por entonces.

Pasó la adolescencia en granjas de Ontario como empleada doméstica. sufriendo malos tratos y vejaciones de todo tipo.

A los dieciocho años regresa a Londres, trabaja como enfermera y se refugia en casa de su tía Kate, a la que llama la bruja.


Allí conocería la astrología y el espiritismo. Se casó con su primo y tuvo cuatro hijos, el segundo niño murió de una pandemia y la última niña nació muerta. Dicho parto la mantuvo al borde de la muerte, no apostando nadie por su vida, pero Magde regresó cuando menos se esperaba, perdiendo un ojo tras superar la enfermedad y que sustituyó por uno de cristal.

A los 38 años tuvo el primer encuentro con su espíritu — guía, manteniéndose dicha relación por el resto de su vida. Le llamaba Myrinerest, que se podría traducir algo así como «mi paz interior».


Su hijo mayor fue quien descubrió los estados de trance en que entraba su madre, mientras lanzaba profecías y creaba multitud de trabajos artísticos, en un estudio destinado a la universidad.

A raíz de ahí, pasó a ser ingresada en una clínica psiquiátrica, hasta que cierto medico conoció los dibujos de Madge. Fascinado, el doctor, no puso reparos en incentivar la producción del artista, que incansablemente se sumergía cada tarde y hasta bien entrada la madrugada.


Volvió a casa y se mantuvo en cierto estado de trance sin hablar ni comunicarse con nadie. Se sabe que a los vecinos le daba miedo su mirada inquietante producida por el ojo de cristal.

Murió en 1961 y dos años más tarde y recibió el reconocimiento póstumo en una retrospectiva de su obra para la Galería Grosvenor de Londres, incluyendo su magnífico lienzo; The Crucifixion of the Soul (La crucifixión del alma) que causó admiración y furor en el mundo entero.


2 comentarios:

  1. Fascinante. Estas historias en las que de la más absoluta tristeza surgen obras de esta calidad son realmente para maravillarse. Besos :D

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