lunes, 20 de junio de 2022

Ventanas

 


Me hallaba atrapado, sin salida.

La habitación se encontraba en penumbra y mis pensamientos saltaban de un rincón a otro. Entendí que, si seguía mucho tiempo así, me declararían la guerra. Y entonces, si eso sucedía, ya no habría vuelta atrás.

El suelo se hallaba sucio, lleno de migajas por las que batallaban negruzcos insectos. Las paredes se consumían entre lo mugriento y lo mohoso. Tan solo disponía de un camastro en donde su superficie constituía todo el universo. Sobre los ángulos de la habitación se acumulaban libros polvorientos y frente a ellos un cúmulo de ropas se abochornaban de ser ellas mismas.

Así vivía yo, en un mundo en el que todo se hallaba paralizado y cada vez que la mente intentaba hacer un movimiento, aunque tan solo fuese para reconocer el terreno, ese movimiento dolía.

Una tremenda punzada se ensañaba en mi cerebro, y a continuación descendía, como un si la llevase un río, primero hacia mi pecho y luego… ¡Cuánto dolía el estómago!

Seguidamente me dirigía al baño, pero eso mejor ni mencionarlo tan siquiera…

Pensaba y leía mucho. No me quedaba tiempo para apenas nada más.

Así fue sucediéndose el tiempo, indefinidamente, sumido en la más espantosa ambigüedad y sin atreverme.

Me encontraba al límite, no aguardaba nada, no había nada por lo que aguardar.

Entonces sucedió que el viejo y apolillado marco de madera, ese que ocultaba la ventana cedió.

Entonces, cuando menos era de esperar, penetró un delicado rayo de luz. Me quedé sorprendido al contemplar las ondas polvorientas que retozaban sosteniéndose en la luz. Observaba fascinado.

Alargué mi brazo y dejé que mis dedos formaran parte de ese juego.

Recordé que tras el marco de madera existía una ventana ¡Cuantos años habían pasado sin abrirla! Con toda mi rabia tiré del picaporte, obviamente se hallaba obstruido. Sin fuerzas, pero con todo el desespero tiré y tiré hasta hacerme daño.

La sangre corrió por mi mano, no me importó en absoluto, la sangre tan solo es sangre. Así que volví a tirar del maldito picaporte, hasta que al fin cedió.

Al fin y como a borbotones entró la luz.

Cerré los ojos e inhale aíre limpio que me llegaba. Sin duda que la vida seguía, una vida que apenas recordaba. Los poros de mi piel se erizaron, me deje acariciar por la brisa.

Lloré como un niño pequeño al ver (descubrir) la luz, y entonces, todos aquellos pensamientos malsanos retrocedieron como asustados.

En pie, me mantuve detenido.

En cuanto pude retomar el valor, volví la mirada hacia la habitación, sorprendentemente no había sombras.

Los pensamientos lóbregos huyen de la luz—. Descubri.

Entonces recordé que en la casa debía de haber alguna puerta para poder entrar y salir. Lo dejé todo atrás, ropas, enseres y mis queridos libros que de repente habían enmudecidos.

Tocaba intentarlo de nuevo, en pie, a unos pasos de la puerta, observé los árboles y la respuesta de sus hojas respondiendo al viento.

El miedo no me venció esta vez e inicié la marcha en dirección hacia el sendero que llevaba al bosque.

Lo intentaría de nuevo, me daría otra posibilidad.

A Herman Hesse, que me ayudó a salir.

1 comentario:

  1. Me encanta tu texto Ricardo. Lo que me hace sentir, esa liberación y baño de luz tras un encierro que nosotros mismos no somos capaces de ver. La imagen, por cierto, es muy sugerente. Enhorabuena por ambos. Besos para ti y en esta ocasión, también para Herman Hesse. :D

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