martes, 30 de noviembre de 2021

El Grito de Munch, algunas curiosidades.

«Iba caminando con dos amigos por el paseo; el sol se ponía, el cielo se volvió de pronto rojo. Yo me paré, cansado me apoyé en una baranda. Sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no veía sino sangre y lenguas de fuego. Mis amigos continuaban su marcha y yo seguía en el mismo lugar temblando de miedo. Y sentía que en un alarido infinito penetraba toda la naturaleza».

Edvard Munch

Con estas palabras describió Edvar Munch, la experiencia que le hizo pintar su cuadro más famoso: El grito, que se ha convertido desde hace algunos años en una imagen reconocida en muchos ámbitos fuera de la historia del arte. Como ícono visual, El grito representa la angustia de la existencia, el espanto de darse cuenta de la propia soledad, la opresión del ambiente y la sociedad sobre el individuo que luce impotente ante toda esta agresión y no le queda más que emitir un espantoso grito para tratar de escapar al agobio.

El cuadro muestra una escena que es real, un mirador que todavía se encuentra en las afueras de Oslo, capital de Noruega, y al borde de un acantilado del fiordo donde se encuentra la ciudad. La baranda de madera también continua y el paisaje luce muy similar a como se veía en 1893, el año en que fue pintado el cuadro, aunque el paseo que Munch y sus amigos realizaron por este lugar se había realizado un par de años atrás. En el cuadro se puede ver el cielo crepuscular de color rojo sangre y amarillo, el cual se refleja en el agua del mar, donde se encuentran dos barcos pintados de manera. La ciudad es una mancha oscura con algunas líneas celestes y se puede distinguir la figura de una iglesia, pintada en color claro. Dos individuos, vestidos a la moda de la época y con sombrero de copa parecen alejarse y en primer plano se encuentra la figura andrógina y ondulante del protagonista, que grita mientras se lleva las manos a la cabeza en señal de desesperación. La cabeza tiene forma la de una pera invertida y los ojos, que parecen estar desencajados, delatan unas pequeñas pupilas, mientras que la boca hace una mueca al gritar.


Todo el cuadro parece estar pintado con descuido, por medio de largos y toscos trazos, sin prestar ninguna atención al detalle o a la corrección técnica. A Munch, no le interesaba dejar plasmada aquí ninguna evidencia de virtuosismo o efecto pictórico; al contrario, la tosquedad de los trazos se hizo a propósito y están acordes al sentimiento de angustia que se esparce por toda la imagen, haciendo de este cuadro uno de los más importantes precedentes de la pintura expresionista. Figura y paisaje se funden en un todo que nos perturba y nos hace sentir incómodos y hasta angustiados cuando lo observamos. La unidad conceptual se verifica también por medio de los trazos y los colores, ya que figura y paisaje no pueden disociarse.


Munch, realizó cuatro versiones de El grito, de las cuales ésta es la que se encuentra en la Galería Nacional de Noruega. Otras dos se encuentran en el Museo Munch de Oslo y la cuarta se hallaba en una colección particular y fue subastada en el año 2012 y vendida por casi 120 millones de dólares, siendo la obra subastada más cara de la historia. También existe una versión litográfica que realizó el propio Munch unos años después de pintar el cuadro. La versión que mostramos aquí fue robada de la Galería Nacional de Noruega en 1994 y recuperada ocho semanas más tarde por la policía noruega, mediante un trabajo de investigación que realizó conjuntamente con la Scotland Yard inglesa. También fue robado uno de los dos cuadros del Museo Munch, aunque fue también recuperado.

«No pinto lo que veo sino lo que vi».

Según parece la fuente de inspiración para esta estilizada figura humana podría haber sido una momia peruana que Munch vio en la Exposición Universal de París en 1889.

viernes, 26 de noviembre de 2021

El secreto de la gran ola de Kanagawa


Vayamos juntos
a contemplar la nieve
hasta agotarnos.
Matsuo Bashō

Tenía muchas ganas de indagar sobre esta ilustración, que me encontré en el museo Oriental de París. Me produjo tal impresión que inmediatamente me sentí empequeñecido frente a esta maravilla, la cual y por entonces, no podía identificar. Por lo que recuerdo, que me dejé llevar por sus formas a la vez que me preguntaba; ¿Qué era aquello que con tanto magnetismo surgía de la obra?


Katsushika Hokusai nació en 1760 en Tokio. Hijo de un fabricante de espejos, creció en el seno de una clase social poco valorada. En aquella época, los artesanos estaban peor considerados que los comerciantes y muchos menos que los agricultores. Si quería progresar en la sociedad de su tiempo, alguien como él tenía lo tenía muy difícil.

Comenzó en una librería como ayudante, y consiguió salir adelante gracias a reproducir ilustraciones y portadas de libros. Entonces se cambió el nombre a Tetsuzo, comenzando su carrera en el mundo del arte como Horishi.

A los 18 años logró entrar como aprendiz en una prestigiosa academia de grabados donde su mentor le volvió a bautizar. Pasó a llamarse Katsukawa Shunro y allí empezó a firmar y vender sus primeras obras. Ni su puesto en la academia ni el nombre le durarían demasiado: en 1794 ingresó en una escuela de ilustración y se convirtió en Sori, nombre con el que conseguiría una gran fama gracias a lo bien que se vendían sus obras de encargo y en especial las de carácter erótico.


Aunque también sería conocido como Taito o Iitsu, su gran reconocimiento le llegó cuando tomó el nombre de Hokusai, el cual adoptó cuando ya gozaba de una buena posición económica que le permitió ir por libre y ganarse la fama de genio bohemio. Sus ukiyo-e creaban escuela entre sus contemporáneos y él, se jactaba de vivir para grabar y de ser capaz de proezas que otros ni soñaban.

Entre ellas se cuenta que pintó un retrato de un monje zen en un papel de una superficie de doscientos metros cuadrados, o que hizo cuadros de golondrinas sirviéndose únicamente de un grano de arroz.

La gran ola de Kanagawa es en realidad un grabado en madera, una técnica conocida como ukiyo-e y que tiene su origen en China. Forma parte de una colección de 36 grabados, con el monte Fuji como eje central. De hecho, la obra completa se llama las 36 vistas del monte Fuji. La más conocida es esta, en la que el volcán cede protagonismo a la gigantesca masa de agua, temible y hermosa a partes iguales.

Con casi de 70 años de edad, fue cuando se publicó la colección de grabados en los que se encuentra la ola japonesa más famosa de todos los tiempos. Su éxito fue tal que a la colección original le fueron añadidas otras 10 obras, todas realizadas por el artista. Pero por desgracia, su estudio artístico sufrió un incendio y la mayor parte de sus trabajos ardieron con él. La ola de Hokusai también se perdió, convirtiéndose en una pieza a medio camino entre el arte y la leyenda. Todas las obras que se conservan hoy en día son simples réplicas.


Uno de los elementos que puede pasar desapercibido, son las tres barcas que se pueden ver en el lado derecho del cuadro de la gran ola. En cada uno de los barcos hay diez personas, aunque en uno de ellos no se puede apreciar este número porque una ola más pequeña cubre la mayor parte. Sin embargo, se puede determinar fácilmente al ver las otras dos. Las barcas reflejan una escena cotidiana, la pesca del atún en primavera, tarea de la que se encargaban ocho personas para llegar lo más deprisa posible al puerto y vender las piezas capturadas en el mercado, donde los comerciantes podían llegar a pagar por uno de estos primeros pescados la mitad del sueldo que cobrara un trabajador.

La ola se cierra en forma de espuma que parece tener garras, como si estuviera a punto de tragarse a los aguerridos pescadores. Además, forma una espiral perfecta desde el centro del cuadro hacia el exterior, motivo por el cual muchos pintores se obsesionaron con la escena, ya que la simetría que tiene es asombrosa.

Este cuadro es la versión definitiva de un trabajo que le llevó años realizar, como demuestra el hecho de que antes de que se publicara este grabado aparecieran dos dibujos con una temática parecida, mostrando una ola imponente que se alza durante una tormenta.


La gran ola y su relación con el ying y el yang

Si nos fijamos bien en la zona que ocupa el mar y la que no, podemos ver que el cuadro es muy parecido al símbolo del ying y el yang, un concepto muy oriental que habla del bien y el mal, o del todo y la nada. En este caso, el todo lo ocupa la gran ola mientras que el resto es un trozo de espacio vacío, muy presente en conceptos como el Zen o el feng shui.

Otro de los elementos que demuestran que esta idea era una de las que perseguía el artista es que, si se reduce el cuadro a solo dos formas, llenando con un solo color la parte de la ola y dejando el resto vacío, si le damos la vuelta podemos ver que la imagen es prácticamente idéntica. Como ocurre con el ying y el yang. Una curiosidad que explica el porqué de ese halo místico que tiene el cuadro.

Cuando el arte japonés llegó a occidente, la gran ola de Kanagawa no tardó en convertirse en una de las más influyentes entre determinados artistas. Pintores como Monet, Renoir o van Gogh, así como músicos y escritores, se inspiraron en las olas japonesas, y sobre todo en la ola Hokusai más famosa, para realizar algunos de sus trabajos. Muchos de ellos tenían en su estudio o en su vivienda ejemplares de la gran ola.

domingo, 21 de noviembre de 2021

La Elegancia del Erizo, de Muriel Barbery

En el número 7 de la calle Grenelle, un inmueble burgués de París, nada es lo que parece.

Dos de sus habitantes esconden un secreto. Renée, la portera, lleva mucho tiempo fingiendo ser una mujer común. Paloma tiene doce años y oculta una inteligencia extraordinaria. Ambas llevan una vida solitaria, mientras se esfuerzan por sobrevivir y vencer la desesperanza. La llegada de un hombre misterioso al edificio propiciará el encuentro de estas dos almas gemelas.

Juntas, Renée y Paloma, descubrirán la belleza de las pequeñas cosas. Invocarán la magia de los placeres efímeros e inventarán un mundo mejor. La elegancia del erizo es un pequeño tesoro que nos revela cómo alcanzar la felicidad gracias a la amistad, el amor y el arte. Mientras pasamos las páginas con una sonrisa, las voces de Renée y Paloma tejen, con un lenguaje melodioso, un cautivador himno a la vida.


Da gusto leer obras así, sencillas y cautivadoras, donde la vida diaria confluye en un viejo edificio de París y donde nadie es cuanto aparenta ser. Reflejo de la vida misma al hallarnos encubiertos bajo la piel de un erizo que nos protege de cuantas amenazas deriven del otro. sobrevivir aparentando para que nos dejen en paz, es el precio de coexistir en esta sociedad absurda plagadas de morfologías que nos alejan de nuestro mundo interior para agraciar la vida de cuantos nos rodean.

Es un enigma renovado: las grandes obras son formas visuales que en nosotros alcanzan la certeza de una adecuación atemporal. La evidencia de que ciertas formas, bajo el aspecto particular que les dan sus creadores, atraviesan la historia del arte y, como expresión implícita del genio individual, constituyen todas ellas facetas del genio universal es profundamente perturbadora.

¿Qué congruencia hay entre una obra de Claesz, una de Rafael, una de Rubens y una de Hooper?

Pese a la diversidad de los temas, los soportes, y las técnicas, pese a la insignificancia y a lo efímero de existencias abocadas siempre a no ser más que un tiempo solo y de cultura desierta, pese también a la unicidad de toda mirada, que no ve nunca más que lo que le permite su constitución y sufre por la pobreza de su individualidad, el genio de los grandes pintores ha llegado al corazón del misterio y ha exhumado, bajo apariencias diversas, la misma forma sublime que buscamos en toda producción artística.

El ojo encuentra en estos maestros, sin tener que buscarla, una forma que desencadena cierta sensación de conciliación, porque a todos se nos aparece como la esencia misma de lo bello, sin variaciones ni reservas, sin contexto ni esfuerzo.


    ¿Para qué sirve el arte?

Para darnos la breve, pero fulgurante visión de la camelia, abriendo en el tiempo una brecha emocional que parece irreductible a la lógica animal.

    ¿Cómo surge el arte?

Nace de la capacidad que tiene la mente de esculpir el ámbito sensorial.

¿Qué hace el arte por nosotros?

Da forma y hace visibles nuestras emociones y, al hacerlo, les atribuye este sello de eternidad que llevan todas las obras que, a través de una forma particular, saben encarnar el universo de los afectos humanos.

La Elegancia del Erizo, de Muriel Barbery

domingo, 14 de noviembre de 2021

Francis Palanc, el pastelero mágico.

«Aspiro a un arte que esté conectado directamente
con nuestra vida corriente,
un arte que arranque de esa vida corriente,
que pertenezca a nuestra existencia real
y sea la emanación directa de nuestros verdaderos humores».

Jean Dubuffet


Traigo a estas páginas un nuevo fichaje para nuestra Casa en el árbol, alguien que vuelve a ofrecernos y marcar ciertas diferencias respecto al arte oficializado o popular.

Francis Palanc, ofreció una posibilidad al discernimiento a través de una profundidad incomparable, mostrando un instinto puro; sin limitaciones, ni interacciones externas. Una manera de interpretar el arte desde lo desesperante y el padecimiento más absoluto y en soledad.

Muy lejos de poderlo considerarse afín a las modas de su tiempo; su obra, sin duda alguna, vuelve a ser fruto de la locura a la vez que nos ofrece una sinceridad absoluta.


Francis Palanc (1928) nació en 1928, en Vence, Francia. Lugar donde sus padres poseían una pastelería. A la edad de dieciséis años, después del periodo escolar se unió al negocio familiar y comenzó a aprender el oficio. Se cuenta que disponía de especial inclinación para decorar tartas con adornos pintados a base de cacao.

Alrededor de la edad de diecinueve años, Francis Palanc inventó un sistema de alfabetos que constataban de gráficos angulares. Se cuenta que Palanc buscaba ciertas revelaciones sobre los orígenes y la esencia de las cosas (lo que no sabemos es si lo plasmaba en la pastelería).

En cuanto a las pinturas, diré que se inició en ellas poco después de la invención de los alfabetos; que por cierto realizaba; utilizando cierta técnica de cocción pastelera; es decir, introducía, a través de un tamiz, almíbares, frutas y cremas. Luego, con el rodillo, le incorporaba goma laca, arábica y serrín.


Ejecutaba su trabajo en pleno aislamiento, por lo que su producción permanecía en secreto. Excepto algunas tablas que salieron a la venta en 1959 y que fueron vendidas a cierto comerciante local. Esta experiencia supuso un grave deterioro mental de Palanc destruyendo la totalidad de su obra en 1960; cuando definitivamente Francois Palanc, da por concluida toda actividad creativa.

Palanc fue un pastelero solitario, paranoide y depresivo. Siendo descubierto por J. Dubuffet (1964).


Fue un escribano o dibujante, no sé exactamente como definirlo, especializado en crear alfabetos imaginarios y en darles un dibujo o modelo secreto a las letras y las supuestas palabras que inventaba. La pintura de Palanc consistía sólo en letras de su propia invención. Lo que Palanc, intentaba expresar en sus dibujos eran las emociones que no podía reconocer.

Francis Palanc, murió en Vence, el 30 de abril de 2015 a los ochenta y seis años de edad. Se cuenta que poseía una personalidad de gran complejidad.


viernes, 12 de noviembre de 2021

Shantala, el majase de los niños

 


Shantala, de Leboyer, Frederick
Editorial Gaia


Reseño esta fantástica obra de Frederic Leboyer, llamada «Shantala, un arte tradicional: el majase de los niños».

El libro describe el masaje que se conoce como Shantala que es una técnica milenaria de origen hindú y que proporciona al bebé bienestar físico y psíquico. Preciosa obra cargada de tintes poéticos que nos lleva de la mano a un mundo por donde todas y todos hemos pasado.

Pero dejemos que sea el autor quien nos describa en sus propias palabras el contenido del libro.


Conocí a Shantala en Calcuta, la ciudad que hace que los extranjeros temblemos de horror e indignación. Ahí estaba Shantala, en Pilkana, el poblado más pobre y sórdido de esta ciudad.

La vi una mañana soleada, en las calles, masajeando a su bebé. Me paré de un tirón, impresionado por lo que veía: en el medio de la suciedad y la miseria, un espectáculo de belleza pura. Un diálogo silencioso de amor entre una madre y un bebé. El entorno horroroso de pronto se desvaneció. Nada existía más que la luz de ese amor.

Las semanas que siguen al nacimiento son como la travesía de un desierto.

Desierto poblado de monstruos: las sensaciones nuevas que desde adentro se lanzan al asalto del cuerpo del niño.

Después del calor del seno materno, después del loco abrazo que es el nacimiento, la soledad helada de la cuna.

Y luego surge una fiera, el hambre, que muerde al bebé en las entrañas.

Lo que enloquece al desdichado niño no es la crueldad de la herida. Es su novedad.

Y esa muerte del mundo circundante que le da al ogro proporciones inmensas.


¿Cómo calmar tal angustia? ¿Alimentar al niño?

Sí, pero no solamente con leche. Hay que tomarlo en brazos. Hay que acariciarlo, acunarlo y masajearlo.

Hay que hablar a la piel del pequeño, hay que hablarle a su espalda que tiene sed y hambre igual que su vientre.

En los países que han conservado el sentido profundo de las cosas, las mujeres saben todavía todo esto.

Aprendieron de sus madres, enseñaron a sus hijas este arte profundo, simple y muy antiguo que ayuda al niño a aceptar el mundo y lo hace sonreír a la vida.

Shantala, de Frederic Leboyer

jueves, 11 de noviembre de 2021

Besos

 


«¿Beso? Un truco encantado para dejar de hablar cuando las palabras se tornan superfluas».

Ingrid Bergman

«Me habría gustado poder guardar ese beso en una botella
y tomarlo en pequeñas dosis cada hora o cada día».

Nicole Williams

«Yo te enseñé a besar con besos míos,
inventados por mí, para tu boca».
Gabriela Mistral

«Seremos felices y habrá un nido de besos oculto
en los rincones».
Arthur Rimbaud


«Este beso vale todas las lágrimas,
toda la angustia, todo el dolor,
toda la lucha, toda la espera».
Colleen Hoover

«Besé a mi primera chica
y fumé mi primer cigarrillo el mismo día.
Desde entonces, no he tenido tiempo para el tabaco».
Arturo Toscanini


«Creo en largos, lentos, profundos,
suaves y húmedos besos que duran tres días».
Kevin Costner

«Ahora un beso suave… por ese beso,
prometo una felicidad sin fin».
John Keats


«Ese beso siguiente es del tipo que rompe el cielo.
Te roba el aliento y te lo devuelve.
Eso me demuestra que otros besos que había tenido en mi vida, 
habían sido un error».
Gayle Forman

Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
qué te diera por un beso.
Gustavo Adolfo Bécquer


Fotografías de Robert Doisneau

domingo, 7 de noviembre de 2021

Los misteriosos túneles de Martín Ramírez

«La pintura es materia encantada»

Apollinaire


La imperiosa necesidad creativa de Martín Ramírez, le empujaba a diario, como cualquier madrugada desde 1940, a incorporarse de forma cautelosa y recorrer en la oscuridad los largos pasillos del hospital +, sede del condado de Placer County en California.

Hacía mucho que se habían apagado las luces del pabellón, que solía ser sobre las ocho de la noche, pero el impulso transformador del genio hacía imposible su descanso y no le permitía darse tregua alguna. Se trataba de una fuerza vital que nadie sabía de dónde nacía y tiraba de él.


El caso, es que Don Martín Ramírez, hurgaba entre la basura del hospital, buscaba papeles, trozos de cartón, cartulina, impresos… un soporte digno para poderse expresar. Ese acto desesperado que tanto nos recuerda a los últimos días de Odilon Redón; en donde suplicaba por los mercados parisinos un poco de papel de embalaje con el que dar testimonio a infatigable expresión.

Una vez gestionado el material, (memorandos, sobres, vasos de papel aplanados, hojas de revistas, periódicos, libros…) pegaba los trozos que conformaría la obra con diversos adhesivos que el mismo elaboraba y que se componían de; patatas, migas de pan, avena... todo ello mezclado con saliva o mocos del propio autor.

Obviamente que todo cuanto cayera en sus manos se convertía en un soporte digno, pues en el Hospital DeWitt no existían demasiadas posibilidades y el poco material disponible, se mantenía reservado en las dependencias de la ceramista Marie DeShene; encargada del área ocupacional del hospital.


Debió ser todo un espectáculo presenciar, durante la madrugada, a Don Martín Ramírez dibujar, además de sobrevivir a ese silencio o vacío que marca la ausencia de confrontación, y tal como diría Baudelaire; «Lo imprevisible convertido en necesidad».

Sobre los materiales o tintas, diré que los montaba con lo que le venía de paso; algunas acuarelas, lápices de colores, tintes de zapatos y jugo extraído de alguna fruta. Los pinceles los confeccionaba transformando, de manera asombrosa, palillos de fósforos usados. Concluyendo todo ello en una pasta grasienta a la que añadía avena.

Dada las grandes dimensiones de su obra trabajaba directamente sobre el suelo, en cuclillas y en la posición usual que adoptan los hombres de campo mexicanos, mientras conversan o sencillamente se echan un cigarrillo. De vez en cuando y para poder apreciar en lejana perspectiva su obra, se subía sobre una mesa y desde allí observaba la evolución del trabajo.


Durante el día, nos contaron que se fabricaba un refugio bajo las mesas para huir del mundo, alejándose así de sus delirantes compañías.

La originalidad de su técnica, su brutal capacidad productora y lo misterioso del asunto atrajo el interés del personal del hospital. Doctores y enfermeros almorzaban en el pabellón con la única intención de poder verlo trabajar.

La fama de Don Martín Ramírez cruzó la frontera del hospital y la noticia del misterioso pintor mudo llegó hasta los profesores y estudiantes de la Universidad de Arte de Sacramento. Con lo que muchos artistas quedaron impresionados por el espectáculo que Ramírez ofrecía junto al clima de demencia que envolvía su obra; todo un concierto colmado de creatividad, aunque sin duda la obra de un desequilibrado en tierra de nadie.


¿En qué mundo habitaba Don Martín Ramírez?

¿Hacia dónde llevaban sus túneles?

¿Frontera?

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Rumi, poemas para sanar

Yalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī nació el 30 de septiembre de 1207 en Balj (actualmente, Afganistán). Es importante señalar que en todo el mundo se le conoce simplemente como Rumi, que hace referencia a su lugar de nacimiento; se utiliza para indicar que alguien es originario de la Anatolia romana, la tierra de Rum.

Cuando tenía 12 años Yalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī comenzó un camino de exilio, junto a su familia, huyendo de la invasión de los mongoles. Vivió en diversos lugares, entre los que se destacan Bagdad, La Meca, Jerusalén y Damasco. Su interés por la literatura y el pensamiento desde pequeño, lo llevaron a conocer a importantes eruditos de la época y a comenzar a desarrollar una estética y un pensamiento que lo acompañarían para siempre.

Cuando conoció al Jeque Attar, y este quedó tan impresionado que le regaló una copia del Libro de los Secretos. Después de unos años de peregrinaje la familia se instaló definitivamente en Konya (Turquía), un lugar relativamente seguro y tranquilo para la vida. Allí terminó de formarse el poeta que maduró completamente.

Gracias a la guía de su padre, Rumi se encaminó su vida hacia la espiritualidad y se adentró en los misterios del Sufismo. Su pasión por el pensamiento le llevó a asumir una rutina extrema de ayuno, meditación y trabajo intelectual.

Rumi falleció en Konya el 19 de diciembre de 1273. 


«Él es el conocedor y lo conocido,
el observador y lo observado;
Ningún ojo excepto el suyo
ha observado este universo».

«Cada cualidad suya encuentra una expresión.
La eternidad se vuelve el verde campo de tiempo y espacio;
amor, el jardín que da la vida, el jardín de este mundo».

«Toda rama, hoja y fruto
revela un aspecto de su perfección.
Los cipreses insinúan su majestad
las rosas dan nuevas de su belleza».

«Siempre que la belleza mira,
el amor también está allí.
Siempre que la belleza muestre una mejilla sonrosada
el amor enciende su fuego con esa llama».

«Cuando la belleza mora en los oscuros valles de la noche
el amor viene y encuentra un corazón
enredado en los cabellos».

«La belleza y el amor son cuerpo y alma.
La belleza es la mina y el amor, el diamante».


«Deja tus preocupaciones
y ten un corazón completamente limpio,
como la superficie de un espejo
que no contiene imágenes».

«Si quieres un espejo claro,
contémplate
y mira la verdad sin vergüenza,
reflejada por el espejo».

«Si se puede pulir metal
hasta asemejarlo a un espejo,
¿Qué pulido podría necesitar
el espejo del corazón?».

«Entre el espejo y el corazón
ésta es la única diferencia:
El corazón oculta secretos,
pero el espejo no».

Rumi