sábado, 2 de enero de 2021

El banquete a Rousseau de 1908, la fiesta más salvaje de la historia.


Manuel Blasco Alarcón

«Nosotros somos los dos pintores 
más grandes de la época:
yo a la manera moderna y usted a la egipcia».

  Picasso


Se cuenta de cierto banquete que sucedió en una noche de noviembre, allá por 1908 en París. Cuando Pablo Picasso ofreció cierto homenaje al viejo Henri Rousseau en su estudio del «Bateau Lavoir» en el barrio de Montmartre. Siendo, por entonces, nuestro querido «Douanier» un mero desconocido.

Magnetizado Picasso por el descubrimiento de tan excepcional personaje, no dudó el pintor de Málaga en sacar provecho de la situación, alardeando ante sus amigos de su capacidad para descubrir talentos, y al descubrir en la tienda del anticuario Pere Soulier, en la calle de los Mártires, un lienzo que le llama poderosamente la atención.


Picasso no duda en hacerse con la obra. Le ha causado una impresión extraña y poderosa, que oscila entre la sincera admiración y las ganas de reír, pero que es, al mismo tiempo, profundamente liberadora. No cabe duda que el creador es un artista primitivo, como un diamante en estado bruto, que prescinde de la perspectiva, y en cuya tela el fondo es traído al primer plano, lo que constituye uno de los principios del naciente cubismo. Picasso desembolsa la cantidad pedida —5 francos— y lleva la pintura a su taller, donde lo expone. Se trata de Retrato de una mujer (Portrait de femme, 1895), que conservará en su colección particular desde entonces y hasta su muerte.

Henri Rousseau, debía tener por entonces unos 64 años. Dando comienzo a un deterioro, tanto físico como emocional, que le conduciría hasta su muerte, ocurrida dos años más tarde.


Amanda Hall

Se cuenta que Guillaume Apollinaire visitó a Picasso y vio el cuadro, proponiéndole celebrar la llegada de la pintura en el Bateau-Lavoir.

A dicha celebración acudieron unas treinta personas, entre estas Gertrude Stein y su amante Alice Toklas, el pintor español Pichot, el crítico Maurice Raynal, Apollinaire y Marie Laurencin, Fernande Olivier, amante de Picasso, el crítico de arte y poeta André Salmon, entre otros, y los parroquianos del café del Barco-lavadero. El pintor Georges Braque tocando el acordeón, más Apollinaire recitando poemas. 

Por aquella época, Picasso acababa de terminar el retrato de Gertrude Stein y se hallaba en plena inmersión de «Las señoritas de Aviñón». Su situación económica había mejorado y estaba a punto de abandonar el mítico Bateu Lavoir para instalarse en el Boulevard Clichy.



Por lo tanto, es deducible que la financiación del banquete corriera a cargo de Picasso que, ya comenzaba a despegar como un cometa en el cielo.

Maurice Raynal escribe:

«La sala de la fiesta era el estudio de Picasso. Era un verdadero granero… Las paredes del estudio fueron despojadas de su habitual decoración, y en ellas fueron colgadas unas bellas máscaras de negros y un mapa de Europa, con un amplio retrato de Yadwhiga (la maestra de escuela polaca que fue amante de Rousseau) pintado por él y en sitio de honor. La habitación estaba decorada con guirnaldas de linternas chinas. La mesa estaba montada sobre caballetes y ocupada por toda clase de manjares. (…) Para evitar el desorden los puestos en la mesa estaban indicados de acuerdo con la más estricta etiqueta, y cuando la habitación hervía en ruidosas protestas, tres discretos golpes sonaron en el techo. Inmediatamente el ruido cesó y reinó el más completo silencio. Se abrió la puerta. Era el Aduanero vistiendo su sombrero blando de fieltro, con su bastón en la mano izquierda y su violín en la derecha».


John Bensted

El caso es que mientras los comensales vaciaban más de medio centenar de botellas del mejor de los vinos, Picasso haciendo honor a su peculiar sentido de la genialidad; mandó servir, mientras guardaban a una cena que no llegó nunca, todas las latas de sardinas que se hallaban en la despensa de un restaurante cercano.

También se cuenta, que en dicha bacanal se degustaron las sardinas directamente de la lata, ofreciéndoles a los invitados unos paños manchados con restos de pintura para limpiarse.

El escritor francés André Salmon recordó el escenario del ilustre banquete en su libro «La apasionada vida de Modigliani»:

«Aquí pasaron las noches del período azul, aquí florecieron los días del período rosa, aquí las "Demoiselles d'Avignon" se detuvieron en su danza para agruparse de acuerdo con el número de oro y el secreto de la cuarta dimensión, aquí confraternizaron los poetas elevados por la crítica de la escuela de la Rue Ravignan, aquí en estos corredores sombríos vivían los verdaderos adoradores del fuego, aquí una tarde del año 1908 desenrolló el primer y último banquete ofrecido, por sus admiradores, al pintor Henri Rousseau, más conocido por entonces como Douanier».


El Bateau Lavoir, sobre 1908

Esa noche, Rosseau, el viejo aduanero, embriagado por el vino y el éxtasis, tocó al violín su célebre «Vals Clémence», compuesto y dedicado a su primera esposa, fallecida de tuberculosis. No pudiendo reprimir una lágrima que se deslizó por su mejilla y terminó mezclándose con unas gotas de cera que caían desde la lámpara china que ardía en el techo. Atento al hecho, el poeta Apollinaire, llevado por el holocausto irracional que ofrecen los excesos, escribió este poema en un trozo de papel manchado de aceite y sardinas.

¿Recuerdas, Rousseau, el paisaje azteca,
Bosques donde crecen el mango y la piña,
Los monos derramando toda la sangre de los melones
¿Y el rubio emperador que fusilaron allá abajo?

Los cuadros que pintas, los observaste en México,
Un sol rojo ornaba las frentes de los bananos
Y valeroso soldado, tú cambiaste tu túnica
Por la chaqueta azul del honrado inspector de aduanas.


Apollinaire

Rousseau, visiblemente emocionado y sonriendo, deja correr las lágrimas. Fernande Oliver entorna la vista, abre al máximo sus hermosos ojos almendrados, y se acerca a Rousseau. No es el vino lo que la ha hecho ver que se le ha ido formando a Rousseau una especie de sombrerito de clown sobre su cabeza debido a la cera que le ha estado goteando cera todo el rato.

En ese momento, en el que todos miran al Aduanero en su trono, encima de él, la lámpara se incendia, como conjurada por la magia de las palabras de Fernande.

André Salmon sube a una mesa, ayudado por Apollinaire y Picasso, pierde el equilibrio y casi cae, cuan largo es, sobre Gertrude Stein y Alice, a quien Gertrude le mete mano entre las piernas, a la vez que intenta no pisotear los panecillos, pone los pies entre las botellas vacías y mientras intenta recitar una oda a Rousseau, que nadie escucha. Pichot, sobre otra mesa, baila la jota y le pisotea los dedos a un desconocido, de esos que no faltan en toda reunión que se precie. Marie Laurencin, borracha, le pide a Apollinaire que le ayude a subirse a otra mesa y sólo logra caer de nalgas sobre los pasteles.

Las parejas se van formando y danzan por todo el piso, cuando Rousseau comienza a tocar al violín un vals que ha compuesto para su esposa Clemence.


Henrri Rosseau

Al alba, una vez sucedida la bacanal, conducen a Rousseau a un coche de caballos. Lleva su bastón y su violín en una mano y un fajo de papeles en la otra, los poemas que Apollinaire le ha compuesto. Rousseau se vuelve hacia Picasso, mientras sube al coche.

—¡Le agradezco tanto que haya hecho de este, el más feliz de mis días! –le dice, sollozando- ¡Usted y yo somos los mejores pintores de estos tiempos, usted en el estilo egipcio y yo en el moderno!

Al llegar a su casa, todavía borracho y feliz, Rousseau se acuerda que ha olvidado los poemas de Apollinaire en el coche...


Apollinaire escribió sobre el pintor:

«Rousseau es sin duda el más extraño, el más audaz y el más encantador de los pintores del exotismo».

Wilhelm Uhde, primer biógrafo de Rousseau, escribió, en su monografía de 1911:

«Rousseau encara la naturaleza como un niño. Para él, la naturaleza es cada día un elemento nuevo, del cual ignora las leyes. A su forma de ver, tras los fenómenos existe algo invisible que es, por llamarlo de alguna manera, lo esencial».

3 comentarios:

  1. Como todas las historias que compartes, un auténtico lujo Ricardo. Que tengas un buen año, y que podamos seguir leyendo estas apasionantes historias que nos regalas. Esta en particular, es un auténtico lujo.
    Besos y muy feliz 2021

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  2. Muchas gracias por estas historias. Como siempre, consigues que parezca que estamos viviendo el momento. Feliz 2021!!

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