domingo, 27 de noviembre de 2022

El puzle de La Luna en el Sauce

 


Cuando comencé a escribir La Luna en el Sauce, una de las primeras cosas que hicieron zozobrar mi cabeza era la distancia que habitaba entre cada personaje.

Por ejemplo, la madre de Manuela se llamaba Carmen y había nacido en Fuentes de Andalucía. Su padre, platero de profesión, era natural de Sevilla y Manuela, nuestra protagonista, lo hizo en Lebrija; lugar desde donde debía de partir la historia.

Teniendo en cuenta que nuestro segundo personaje era Ricardo, la cosa no pintaba bien; dado que estos se conocieron en un mercado en Monesterio (Badajoz).

Reconstruir una historia, una vida entera, partiendo de unos principios tan desenlazados se me antojaba una complicada situación.

Comencé visitando los lugares, dejando que estos me absorbiesen; conjurando el pasado, tal si fuese un acto de brujería.

Recuerdo que con la aparición del acta de casamiento entre Ricardo y Manuela todo cambió. Al fin la realidad me hacía un guiño y me obligaba a tomar tierra.

A partir de ahí, la cosa comenzó a tomar forma y, poco a poco, todos los “fantasmas” fueron ocupando asiento en la novela.

viernes, 25 de noviembre de 2022

La niña ciega


Intensidad, definiría esta etapa en la que me encuentro. La luna en el Sauce es así y puede que nunca vuelva a escribir algo tan intenso como este libro.

En el diario real de Ricardo hay una historia que hace referencia una familia perdida en la inmensidad de la selva de Tukumán (creo que se escribía con k, tened en cuenta que hablamos de la Filipinas de finales del siglo XIX).

La partida española avanzaba rápido, cuando una familia, incomprensiblemente, era guiada por una joven ciega. El grupo se hallaba compuesta por una anciana, dos niños y la niña ciega.

Ricardo, arriesgó su vida alejándose de la compañía de soldados, qué avanzaba con rapidez, he intentó por todos los medios ayudar a esta familia a cruzar ríos y vados atestados de reptiles y serpientes.

Cuando se hacía la noche, y con tremendo pesar, hubo de abandonar al grupo. No le quedó más remedio que intentar alcanzar a su compañía.

Ricardo nos cuenta que no pudo conciliar el sueño pensando en la niña ciega y su pobre familia, pero cuál sería su sorpresa cuando al mediodía del día siguiente apareció en el campamento la niña ciega con sus dos hijos. La anciana no pudo llegar y sacrificó su vida por ellos.

Esto es cierto y da para una profunda reflexión.

Se relata en la Luna en el Sauce, pero advierto que no es fantasía, ni fruto de mi imaginación, aunque se lo cuente, en una noche de tormentas, arropados en la alcoba, Ricardo a Manuela.


martes, 22 de noviembre de 2022

Cartas de Simone (París 1907-1919)

 


Cartas de Simone
La Luna en el Sauce

Hoy os desvelaré el otro libro que se encuentra sumergido en la Luna en el Sauce. Ya comentamos del diario de guerra de Ricardo y hoy me toca comentaros de las Cartas a Simone. Un documento epistolar que nos permitirá conocer el París de la bohemia, desde 1905 hasta finalizada la primera guerra mundial.

Dicho documento fue confeccionado a parte de la novela, para posteriormente analizar donde encajaba cada carta; por un lado, el mundo de Manuela, real difícil y combativo, y por otro el desmadre y la genialidad artística; elevada al canon más alto que nos ofreció el siglo XX.

De esa manera jugaremos con dos ambientes y ello nos permitirá alejarnos de la típica novela costumbrista. Conoceremos al Montmartre de leyenda; desde Picasso hasta Modigliani y un gran número de personajes que nos deleitaran, en el mejor de los casos.

lunes, 21 de noviembre de 2022

«Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen».


El día de ayer me deparo un viaje inesperado a Setenil de las Bodegas, donde comí bajo una de sus grandes rocas, paseamos por sus intrincadas calles y descubrí unas agraciadas frases en sus esquinas. Supuso una verdadera sorpresa encontrarme con una frase de Rayuela de Cortázar; «Buscábamos para encontrarnos».
Tomé café mirando a la sierra de Ronda; para mí de los lugares más hermosos de la tierra y ya, el día, apenas dio tiempo para más.

En la noche, al fin pude ver la película animada que recomendé hace unos días y que hacía referencia a Charlotte Salomon. Desgarradora, pero sensible a su vez, nostálgica y evocadora.

Los que me seguís sabéis de mi admiración por la pintora.

Por supuesto que no es una película para pasar un buen rato; de conciencia, de rebeldía y de ganas de seguir viviendo.


Terminaría expresando aquella frase de Julio Anguita tras la muerte de su hijo;
«Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen».

domingo, 20 de noviembre de 2022

Molletes


Comprando Molletes.

Me van hacer falta, y muchos. Se avecinan tormentas y trabajo por un tubo.
Estos son de Puerto Serrano, de pan muy blanco y blando; a diferencia del marchenero. Quizás vengan mejor y así no me atraganto.

Nuevo proyecto a la vista; participar en la elaboración de un libro donde se hable de los beneficios de la escritura, perteneciente a la colección «Quince miradas».

Abordaré el tema de la sanación terapéutica a través de la escritura. Exploraré métodos y, por supuesto que iniciaré el ensayo desde la perspectiva histórica, aunque advierto que en cuanto me he asomado al mito griego me han entrado unos vértigos tremendos; y más siendo conocedor de la influencia de estos en la psicología freudiana.
En fin, que hay trabajito por delante.

Hoy toca cerrar puertas, y luego algo de distensión por mi parte.

Queda poco tiempo para las presentaciones de la Luna en el Sauce, apenas hay lugar en el calendario, un par de ellas y a otra cosa mariposa.

Denoto un tremendo desinterés por la lectura en la sociedad que me rodea, un discernir sin conocimiento de la causa y es que en este país hay "overbooking" de expertos en la barra de un bar.

Pero la vida sigue y Thyrsá empuja de nuevo con la llegada del frío.

Ha llegado el otoño y con ello el deshojarse de golpe, y yo, conociéndome, evadiré cuanto pueda el compromiso; aún a sabiendas que cumpliré de sobras y mi piel se llenará de nuevos de palabras escritas, como en aquel lejano día, precisamente del mejor otoño, en el que subscribimos un poema sobre nuestro pecho.

martes, 15 de noviembre de 2022

30 Años

 


Llegué a Marchena hace aproximadamente treinta años, recuerdo que, ese día, hacía un frio tremendo y lo primero que hice fue pedirme una copa de anís; desgraciado de mí que pensaba que me iban a poner anís del mono o castellana.

No, nada de eso.

Repentinamente mi garganta se convirtió en la de un dragón, de esos que salen en una serie de televisión que está tan de moda, y si hubiese tenido una chiquilla delante —al igual que en la serie—, sin duda que la hubiese chamuscado, ahorrándole el dinero del láser y demás depilados.

Entendí desde el principio que, en Marchena, y por mucha agua que lleven sus subterráneos, habitaba en ella un fuego muy hondo y profundo.

Ese fue solo el principio, pasado unos días descubrí un barrió que me ganó por entero. Se encontraba prácticamente en ruinas, le decían; «el de San Juan» y, tal como en otros lugares mágicos, el tiempo parecía haberse detenido.

Paseé por algunos de sus notables edificios, como la plaza Ducal que me dio la sensación de formar parte del decorado de una de esas películas del neorrealismo italiano.

Era muy temprano, hacía un frío tremendo y tan solo se oía el sonido de unos grajos negros. Crucé un portalón muy antiguo y ascendí hasta un convento en el que compré mazapán con forma de frutas. Luego me enteré que allí se confinó San Juan de la Cruz, para dar vida a uno de los manifiestos más grandes que ha dado la poética castellana; me refiero, nada más y nada menos, que a su Cántico Espiritual.

Recorrí sus calles y me deleité con su pastelería –única en el mundo—de origen claramente mozárabe.

En esos primeros días me empapé de Marchena y todas las señales me decían que al fin había encontrado una casa, un hogar.

Me sorprendieron algunas palabras de uso común y que no pertenecían a diccionario alguno; palabras heredadas de padre a hijos; susurros que cruzan devenires y heridas, conformando un lenguaje vivo en el tiempo, pero jamás transcrito.

Oí cante antiguo en las tabernas, —cante de verdad y no simulado— y me di cuenta que Marchena se hallaba apartada de la vía principal que vertebra Andalucía, por lo tanto, la vida se manifestaba en un orden distinto al que rige en otros lugares.

Olor a churros en las mañanas, café, panaderías que mantienen la receta centenaria de unos molletes que no se exportan, pero que conserva aquella fórmula que alimentara a romanos y andalusíes.

Marchena pertenece a otro sistema, manera de pensamiento o cualquier tipo de administración, llámese como se quiera.

En Marchena el Péndulo de Foucault se mece al son de unas nanas antiguas, al grito de las batallas y conquistas, con todo el dolor que este conlleva. Allí los segundos se confunden con horas, los días con años y estos con los siglos; y por más que se empeñen, estoy seguro que esto sucederá así hasta el fin de los tiempos.

Marchena es un río de agua que siente, a pesar de todo el fuego que lleva por dentro.

lunes, 14 de noviembre de 2022

La casita de las calabazas




"Prefiero en mi casa tomate o calabaza, 
que en la de otros becada de caza".

Refrán Popular

Hoy toca trabajar, lo que se agradece antemano. Así, al menos, esta cabeza descansará de tantos proyectos.

Os traigo una foto que tiene sus años, le llamábamos "La Casita de las Calabazas" cuando mis hijas eran pequeñas, y cuyo nombre se debe a que el sendero que llegaba hasta ella se encontraba sembrado de unas enormes y gordinflonas calabazas.

Sí se sigue el camino caminando, uno se topa, casi enfrente de la casa, con un crucero de piedra que deberá de tener sus años y un bosque encantado en cuyas profundidades apenas alcanzan los rayos del sol.

Sí somos capaces de atrevernos y aventuraros en su interior, podemos percibir abejarucos de colores, conejos y una antigua muralla que antaño hubo de rodear el bosque e incluso oír una música que uno no sabe de dónde procede.

En el interior del bosque y justo en su centro hay una montaña que desde fuera es imposible de percibir. Grandes raíces la rodean dificultando su escalada. Allí deben de habitar la buena gente del otro mundo; está más claro que el agua.

Hace unos años, el señor cura de la iglesia; esa que asoma junto al bosque, me mostró unas extrañas piedras que debieron pertenecer al ventanal de un viejo palacio.
Lo que sí puedo dar por cierto es que jamás pasaría una noche bajo el pórtico de la iglesia, dado que está rematado por una enorme cabezota de piedra y de la que cuelga una larga y desagradable lengua rojiza.

También está el cementerio, pero ese apenas incomoda. Es como si formase parte de la atmósfera o la escena de una película de Tim Burton, además este apenas hace ruido; el silencio en su interior es sepulcral, nunca mejor dicho.

Sin embargo, los que sí reclaman su presencia son los gigantescos robles y castaños que rodean el recinto, dado que estos silban al atardecer, ofreciendo un sonido ancestral de cuando los árboles se comunicaban entre ellos y entonaban baladas felices. Aquellos tiempos en que el hombre respetaba el misterio y la vida era considerada con respeto y a la vez con una tremenda osadía.

martes, 8 de noviembre de 2022

En mi jardín


He andado muchos caminos...

Así comienza uno de los poemas más hermosos de la literatura castellana. Poema que ha servido como ejemplo e inspiración a lo largo de mi vida.

Detenerse, tan sólo, para retomar fuerzas, o para una toma de contacto con uno mismo.

Hoy toca seguir trabajando, que por cierto me viene muy bien; dado que de esa manera alejo la neurosis y ciertas inseguridades que, de vez en cuando, afloran por mi mente.

Multitud de ensoñaciones me acompañan, y ahora más, que leo un cuento de Horacio Quiroga. Ellas me custodian en cada tramo, en cada loza, tal como en la foto que muestro hoy, tomada en un patio de Córdoba.

Algunas personas llegan y otras se van y, por mi parte tan solo espero no volver a cruzarme con ellas en lo que me resta de vida.

En este camino, el respeto la consideración son necesarios para alcanzar cualquier tipo de objetivo, por más incierto que este parezca.

Leo que están a punto de cerrar el comedor social más grande de Málaga por falta de ayuda de la administración, por desgracia los depredadores continúan a nuestro lado, tal como una sombra amenazante, que por más sol que le dé continúa haciendo acto de presencia.

Miro a cada lado del camino, pero no me detengo, continúo caminando.
Todo se repite, el rico ayuda al rico y el pobre es más pobre todavía; a lo que se une el agravante de haber perdido, este último, la cordura.

En mi juventud creí que podría acompañarme de una idea, un istmo que hiciera avanzar a la especie humana, más hoy observo, con más curiosidad que nunca, a quienes aparecen ante mí y decido seguir solo, plenamente convencido; caminando.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Adiós, loco.



 
Corrían mediados de los ochenta y yo trabajaba en un restaurante llamado Rayuela, cuyo nombre derivaba en homenaje a Julio Cortázar.
Se hallaba situado en la calle don Remondo de Sevilla, era este un restaurante pequeñito y muy coqueto, donde sonaba música clásica y se servía comida preferentemente francesa.

Ejercía de jefe de cocina, tenía un Seat 127 blanco, muy viejo y hacía poco me había echado novia. Durante mi estancia en dicho restaurante descubrí a Cortázar, Antonio Blay, Krisnhamurti, Castaneda y muchos más, pero lo mejor de todo era mi recorrido nocturno por la madrugada sevillana.

Agonizaban las últimas tabernas del barrio de Santa Cruz, y yo me permitía aparcar en la mismísima puerta de la catedral.

Allí, en ese deambular nocturno conocí a Quintero, no me atrevería a describirlo; era tan diferente, y marcaba tanta diferencia con respecto al resto. Le gustaba la filosofía profunda, Walt Whitman, el vino tinto, León Felipe, y su carcajada era capaz de resonar por encima de la ópera de Wagner que sonaba, casi a diario, en el mítico pub Abades. Le gustaba rodearse de chicas guapas y me encantaba ese pañuelo o bufanda que vestía su cuello; era una especie rara ese Quintero, sin lugar a dudas.

Lo cierto es que no tengo ni idea el porqué de esos estrafalarios negocios, como el Montparnasse, donde pasé muchas tardes en su cocina. Una ruina sin precedentes.
En mi quedará su voz llenando las estrechas calles sevillanas, la noche oscura de cuando en Sevilla habitaban los misterios y con aquel piropo, en una taberna hoy desaparecida, en la que me calificaste como el cocinero más loco y bucólico que habías conocido.

Mañana hace cinco años de la muerte de mi padre, seguro que estará deseando recibirte, en ese reino donde habitan quienes tienen mucho que contar.

Hasta siempre, príncipe de la palabra, habitante de esas noches en la que pocos son capaces de beber.