jueves, 14 de abril de 2022

Marcela



Sucedió ayer de regreso de Marchena, sobre las cuatro de la tarde.

El paisaje se hallaba exuberante y el cielo parecía que lo habían limpiado a conciencia. Las nubes eran metáforas de algodón, de un blanco tan blanco en el que no cabía más luz ni limpieza.

Las bajas montañas se habían convertido en praderas, sin duda nos encontramos en los mejores momentos del año; en una primavera capaz de sanar donde se pose la mirada.

De repente, en el arcén de la vía, se acercaban trotando, alegremente, unas cabritas separadas del rebaño. Frené casi en seco, pero estas ya se comían la carretera, cuando, tras ellas y a toda prisa, les cubría el paso una joven cabrera.

Doy fe que, cuanto digo es cierto y que ninguna gota de alcohol corría por mis venas. 

Ayudándose de un largo cayado y un pequeño perrito consiguió la niña enderezar el entuerto y alejarlas del peligro.

Ensimismado por la visión me vino de repente algún cuadro de Bouguerau, sin duda debería haber cruzado la línea del tiempo, me dije. Era todo tan placido que no daba crédito a la imagen que pasaba delante de mí y en vez del sur imaginé que me hallaba en un bucólico paisaje suizo. La chica llevaba el pelo suelto, largo y de color castaño. Vestía con una rebeca clara y una falda de tablas, como recién salida de un colegio.

Conforme la dejaba atrás no podía deshacerme de la imagen, cuando me vino una de los personajes más hermosos de la literatura castellana, la pastora Marcela.

Ya cruzaba las suaves colinas cercanas a Carmona, ahora vestidas de hierba exuberante. Entonces, me imaginé el que, sin duda, debería ser un buen lugar para pasar la eternidad, tal como le sucedió a aquel estudiante llamado Grisóstomo, muerto de amores por la pastora Marcela y que mandó le enterrasen en el campo, como si fuera moro.

Cuando vine a darme cuenta, ya alcanzaba la gasolinera, por lo que me permití seguir soñando y muy despacito, bajé hasta la ermita de la Virgen de Gracia mientras recitaba aquellos versos de memoria;

«No está muy lejos de aquí un bosque donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela, y encima de alguna, una corona grabada en el mismo árbol como sí más claramente dijera su amante que, Marcela la lleva y la merece de toda hermosura humana. Aquí suspira un pastor; allí se queja otro; acullá se oyen amorosas canciones; acá desesperadas endechas…».

2 comentarios:

  1. Genial Ricardo, fantástico. Me has traslado además a esa literatura clásica maravillosa. Besos y eso sí... un día deberías escribir un libro sobre tus aventuras por esos caminos. Besos :D

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  2. ¡Ay, mi Marcela!

    Gracias, bonita. Muchos besos y sigue escribiendo.

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