Jung decía “Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”.
Siempre me han atraído las sombras, ese espacio sin definir que, al mismo tiempo, genera desconcierto y exige al ojo —y al alma— imaginar lo que se esconde detrás.
En la penumbra, todo adquiere una densidad distinta: los contornos se diluyen, el tiempo parece suspenderse, y el silencio se vuelve materia.
Quizá por eso me resulta tan sugerente trabajar con la luz como si fuera arcilla, moldearla apenas, dejar que la sombra diga lo que la claridad calla. En el fondo, toda imagen es una negociación entre lo que mostramos y lo que decidimos velar.
Nos vemos obligados a construir nuestra propia realidad a partir de lo que percibimos, aunque esa percepción esté siempre incompleta, subjetiva, frágil. No hay garantías de verdad. Solo fragmentos, intuiciones, símbolos. Como en los cuentos.
Recuerdo El hombre de arena, de Hoffmann, con ese juego entre miedo, deseo y alucinación. Recuerdo a Caperucita atravesando el bosque, ese arquetipo universal de tránsito hacia lo desconocido. Y recuerdo —con especial ternura y vértigo— a Harry Haller, el lobo estepario, perdido en sus noches interiores, donde la oscuridad no era amenaza, sino un escenario propicio para el encuentro con uno mismo.
La oscuridad tiene su propio lenguaje. Su belleza. Su ley. Como lo expresó Shakespeare con cruda dulzura: “Si debo morir, encontraré a la oscuridad como a una novia y la estrecharé entre mis brazos”.
Creo que todos, en algún momento de la vida, necesitamos ese abrazo. No para perdernos, sino para descubrir desde dónde queremos volver.
Y es ahí donde aparece la fotografía, ese arte que no teme a la sombra. Que, más bien, la abraza. Que la necesita. Porque sin ella, sin su espesor, no habría profundidad, ni contraste, ni emoción.
Si alguien se atreve —y esto no es metáfora—, que me lo diga. Nos aventuraremos juntos en una profunda oscuridad. Cámara en mano, mirada abierta, sin miedo.
P. D.: Hablo de fotografía. Que a nadie se le escape el pensamiento… aunque, obviamente, es libre de hacerlo.
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