viernes, 4 de marzo de 2022

Decía Antonio Blay


Decía Antonio Blay, que dejáramos a un lado nuestros recuerdos, los objetos que nos acompañaron en la infancia, la ropa, lugares y personas...

Decía Antonio Blay, que nos olvidáramos del pasado en la medida de lo posible; que nos concentráramos en el niño que fuimos y que volviéramos una y otra vez a la respiración para no desubicarnos.

Decía Antonio Blay, que el acto de respirar era el único punto en común que nos mantenía ligados al pasado.

Decía Antonio Blay, que el pasado no sostenía el presente y menos aún nos conduciría hacia futuro.

Decía Antonio Blay que cerráramos los ojos. Lo recuerdo como si fuese ahora; y que respirásemos profundamente y regresáramos a ese niño que un día fuimos.

¿Qué queda de mí? ¿Qué queda de cuanto sentía o añoraba por entonces? ¿Qué se había mantenido a pesar de los traumas y la experiencia atesorada…?

En aquel momento, Antonio Blay nos hacía visualizar que nos aproximábamos al niño y que lo acogíamos en nuestros brazos. Nos insistía para que nos entregáramos a él; aún recuerdo algunos gritos de emoción de algunos de los participantes del taller.

Seguidamente, nos pedía que le habláramos y le contáramos como nos había ido por la vida.

Decía Antonio Blay, que intentáramos no valorar, ni apegarnos a las formas, a las personas o los paisajes. Tan solo ese sentimiento del aquí y ahora; este presente que nos comunicaba con un tiempo que nunca había sucedido.

¿Qué queda de mí del niño que un día fui? Intentad penetrar en la esencia, insistía. En esa inquietud que nunca cesa y comprobaréis que nada ha acontecido; que aún somos parte de ese niño; y que ese niño es parte de nuestro aquí y ahora; eso, tan solo, es la realidad.

Averiguad, seguía insistiendo Blay, cuanto queda de mí; que parte sostengo y conservo de ese niño que un día fui…

Cuando, al fin, descubramos aquello que nos hace inherentes, comprenderemos que aún somos ese niño y que nada, realmente, ha trascendido.

Sólo entonces, cuando lo averigüemos, podremos comenzar a cuestionarnos el sentido de nuestra vida.

2 comentarios:

  1. Hace unos años descubrí que era demasiado adulta. Intenté encontrar dentro de mi a la niña que una vez fui y le hice muchas preguntas. Esa niña era mucho más sabia que la adulta en la que me había convertido. La importancia de no perder a nuestro niño interior es vital.
    Como siempre me ha encantado leerte amigo mio. Besos :D

    ResponderEliminar
  2. No perder y sanarlo, Margarita. Hablar con él, llegar a él y reencontrarlo.

    Besos, Ricardo.

    ResponderEliminar