lunes, 16 de enero de 2023

Los Sueños de Lubna



Dibujo de Mourad Chaabad

«Aunque por amor se inclinara hacia mí
desde su trono excelso
la luna de la noche oscura,
nadie, excepto tú podrías seducirme.
¡La paz sea contigo, mientras dure este amor
que nosotros ocultamos y que así se nos revela!».

Ibn Zaydun
Año 987, Califato de Córdoba.


Ha pasado una eternidad y mis recuerdos disienten contenidos, en un lugar desde donde me pregunto;

    — ¿Puede alguien nutrirse de una ilusión ya sucedida?

    — ¿Cómo se puede vivir apartada de aquella brisa, colmada de caricias y aromas?

Hace mucho tiempo de esto... todo comenzó antes de que se empezara a morir el Nasir (Abderramán III). Más sucediera que el amor de mi vida, su hijo el príncipe Al-Hakem, fue elevado al trono como Califa de la más gloriosa corte de la tierra.

Era un día lluvioso de otoño, en el palacio de Madīnat al-Zahrā.

Al-Hakem, el hijo y mi amante ...

Y fue mi amor. además de hermoso y cuidado, un príncipe apasionado por las ciencias, las letras y las artes. Cuyos libros coleccionaba con afán y esmero, haciéndolos traer desde Persia, Siria, Arabia, Egipto y África.

Y así llegó a conformar la más grande biblioteca de su tiempo en Merwan, «el palacio». Más de cuatrocientos mil volúmenes procedentes en su mayoría de Bagdad y Damasco se guardaban en Madīnat al-Zahrā. Llegando a pagar, hasta mil monedas de oro por un libro de poesía del gran Abu'l-Faraj al-Isfahani.


Llevó su pasión por el arte a tal extremo, que su palacio se convirtió en hospedería de los mejores pendonistas, miniaturistas y encuadernadores de su tiempo. La hermosura de los papiros y el olor a tinta, recorrían los pasillos del palacio. Más algunas veces reconozco que el aroma de las flores de Medina me llamaba escabullendo y buscando refugio, entre las soledades de los balcones y sus enredaderas.

Aquel sueño duró 15 años, suponiendo la gloria y la evocación más hermosa y plena que mujer alguna pudiese albergar.

La ciudad de Córdoba contaba entonces con más de doscientas mil casas, seiscientas mezquitas con sus respectivas escuelas infantiles, ochenta escuelas de enseñanza superior, novecientos baños públicos y cincuenta hospicios.

Se explotaban piedras preciosas, oro, plata, azogue, cobre, hierro, plomo, coral de las costas de Andalucía y perlas traídas de Tarragona. Córdoba era, por entonces, una ciudad encantada.


Y hubo entonces, un canto que se entonaba así;

«Las espadas y las lanzas, se convirtieron en azadas y rejas de arado….
Hasta los más engreídos y encumbrados nobles,
competían por el jardín o la huerta
y no menos guerreros de ilustres
vencedores de cruentas batallas
se convirtieran como por arte de magia,
en burdo campesinado».

Su esposa fue la más grande enemiga a la que hube de combatir; la sultana Sohbeya de belleza inconmensurable, pero de reducida intelectualidad y conocimiento. Cuya única ventaja sobre mi persona, fuera el haber otorgado un hijo al príncipe; ¡Ay, el malogrado Hixem!

Fui consejera, amante y secretaria personal del príncipe, intenté pues ser la más grande en excelencia y saberes. Pues la poesía, la aritmética, la gramática eran menesteres de obligada forma para poder convivir entre la realeza de mi añorado mundo Andalusí.

Amaba también con fervor a Fatima, mi ayudante y colaboradora; la más grande ilustradora de nuestro tiempo. Menuda, morena, de agraciadas formas y caligrafía exquisita; la cual siempre me alimentaba de historias tiernas y amorosas. Hija de un trabajador de la casa del Califa Ayja, cuya aura poética la predestinara desde el nacimiento.

Estaba también Rhadia conocida como «La estrella feliz», la admiración y envidia de todo el Oriente. Ella era mujer de ancho mundo, a diferencia de todas nosotras; y en las noches de verano desde los balcones de Medina pasábamos horas y horas envueltas entre el hechizo y el deleite de su voz.


Esta era mi vida además de pasear y cuidar de cuanto rodeaba a mi Príncipe, e inspeccionar el trabajo que se producía en los arrabales. Donde cientos de mujeres copistas, se entregaban con devoción a la transcripción del pergamino y a la belleza de la escribanía, dedicadas por entero al cultivo de los ángulos, los colores y las curvas.

Más todo sueño tiene un despertar.

Sufrió mi príncipe un ataque de hemiplejía y ni los más insignes doctores pudieron hacer nada, por impedir el fatal desenlace.

Y se sabe que toda creación tiene un límite y que el mundo debe continuar su paso y el círculo debe de rotar. La barbarie llamaba a la puerta de Merwan, nuestro palacio, donde olvidamos que somos mortales.


Trás su muerte, le sucediera en el trono su hijo Hixem, con tan solo once años de edad. Desatándose la batalla entre los podridos enuncos que constantemente ensombreciendo la corte. Nadie pudo detener al nefasto Almanzor que encubriéndose en Hixen, se nombró a sí mismo como consejero directo. Asumiendo. De esta manera, todo el poder del califato.

Y donde habitaba la flor, habitó la espada; y donde el murmullo y los versos colmaban el aire, resonó el grito de guerra y las aves palidecieron.

Los libros y saberes que con tanto afán manteníamos, sirvieron para sufragar los primeros gastos del combate.

Mi biblioteca... todo el califato fue usurpado y como una enfermedad contagiosa, se desató la intolerancia y el fanatismo.

Las más insignes obras del saber humano, sucumbieron una noche de verano; en lo que pocos meses antes era una agraciada plaza cordobesa. Festejándose el daño, consumiéndose la pena en el fuego de lo que tan afanosamente habíamos levantado.


Más Isbilya (Sevilla) tampoco fuera recurso de escape para la sabiduría, pues aquellos ejemplares que pudimos salvar de la barbarie, encontraron un final similar años después, en otra plaza sevillana.

Rhadia «la estrella feliz», marchó para el Oriente; en donde su brillo y palabra continuaron alumbrando el mundo.

Fátima mi único consuelo, volvió a la casa de Ayja buscando el recurso del amparo y los felices recuerdos de la infancia.

Y sin amante, ni lugar, enmudecí para siempre. Así pues, me mantuve en el más cruel de los anonimatos para el resto de mi vida. Encontrando refugio en un viejo palacio de la ciudad de Qarmuna (Carmona), en casa del gramático Masluma que me ofreció protección.


Todas las noches me pregunto mirando hacia Córdoba, bajo una vieja puerta de otro imperio caído;

    — ¿Dónde quedó mí Córdoba lejana?

     ¿Dónde quedaron los perfumes de Medina, los cantos de los cisnes y el querer de mi amante?

El dolor es inmenso ahora para quien conociera el paraíso, los cielos y la gloria.

Olvido para quien pervive desposeída de tanto que fue y vivió. En una fría corona, como también le llaman a esta ciudad vacía y silenciosa; y qué, sin duda alguna, se halla más cerca del cielo que de la tierra.

4 comentarios:

  1. Una historia muy triste. Hermosa en cuanto a amor y dicha junto a su amado, pero después, esa soledad. Las imágenes son preciosas, pero el texto se queda con un trozo del corazón. Besos :D

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    1. Triste y hermosa a la vez, refleja cuanto fue Córdoba y la cultura que atesoraba. Saber de los tiempo.

      Besos, Ricardo.

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  2. A menudo me pregunto no por la belleza o la melancolía, ambas obvias. Me pregunto por qué nos interpretamos desde esos ángulos. Y sí, he dicho "ángulos".

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    1. Quizás mejor la nostalgia de un tiempo imaginario que fue mejor que este. Siempre ha movido a los artistas de todos los tiempos. Aunque sepamos que forme parte de un imaginario colectivo.

      Saludos, Ricardo.

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