martes, 13 de diciembre de 2022

La leyenda del «Bateau Lavoire», el barco lavadero.


Ayer os advertí que me alejaría de la guerra, dado que cuando escribo; aquello que he plasmado en la mañana me acompaña durante el resto del día. Razón por la que cambio de tercio y viajo en el tiempo.

Marcho hacia un lugar mucho más amable, nos vamos al Paris de principios del S. XX, ¿me acompañas?

No rebajéis al viejo cocinero, que mientras cocina es capaz de llevarse una semana relatando los viejos cuchicheos de este, tan singular edificio...

La leyenda del barco lavadero.

Cuando Picasso llegó a Montmartre y se instaló en 1904, en un edificio conocido como «Bateau Lavoire».

El Bateau Lavoire fue al principio una fábrica de pianos y después una cerrajería que, con el tiempo, el dueño decidió convertirlo en estudios, allá por 1892.


La colina de Montmartre, estaba alejada de París, rodeada de viñedos y viejos molinos, un lugar idílico y, desde luego, mucho más barato que el resto de la ciudad.

Antes que Picasso ya lo habitó el gran Gauguin.

Picasso llegó en 1904, en su cuarto y definitivo viaje. Seguramente recomendado por el pintor vallisoletano Paco Durrio que ya vivía allí.

Anteriormente había sido refugio de anarquistas, pero con la llegada del grupo italiano y español, fue dejando paso a la nueva corriente artística que llegaba de manera inapelable.

Junto a Picasso, se establecía en tan destartalado edificio; Brancussi, Juan Gris, Van Dongen, Modigliani, Max Jacob, Erik Satie, Mac Orlan… y siendo frecuentado por Matisse, Rousseau, Braque, Apollinaire y una lista realmente interminable.

Podemos asegurar que el impulso artístico que se dio en ese lugar; desde principios del siglo XX hasta el inicio de la primera guerra mundial, fue fundamental para entender el arte de hoy.

El nombre «Le Bateau-Lavoir» fue acuñado por el poeta francés Max Jacob. El edificio estaba oscuro y sucio, casi parecía un montón de chatarra en lugar de una vivienda. En los días de tormenta, se balanceaba y crujía, recordando a la gente los botes de lavado en el río Sena, de ahí el nombre.


Parece ser que el de Picasso era amplio y luminoso, aunque el edificio estaba construido tan mal que propiciaba la humedad; carecían de luz y de gas, y en invierno se helaban las tuberías y el olor a moho impregnaba aquel laberinto de estructuras imposibles.

Dado que Picasso prefería pintar de noche —decía que le gustaba imitar a Goya—, con velas, o bien con quinqués de gasóleo. El Bateau Lavoir resurgía encendiéndose como un faro luminoso en medio de la noche.

En ese edificio se vivieron de historia fascinantes, bacanales, recitales poéticos y se crearon numerosas obras de arte.

Entre el opio y la absenta, Picasso dio rienda suelta a su etapa azul y rosa, para desembocar en el cubismo…

No levantemos acontecimientos ni cotilleos, ya os iré contando algunos de ellos. Un comienzo de siglo deslumbrante y que fuimos incapaces de mantener.

2 comentarios:

  1. Si las paredes de ese edificio hablasen, amigo mío. Mucho que contar, sin lugar a dudas. Besos :D

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  2. Ya no pueden hablar, el barco lavadero se consumió entre las llamas, eso sí, lo ocurrido subsiste y se mantiene gracias a los testimonios.

    Ricardo.

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