domingo, 7 de noviembre de 2021

Los misteriosos túneles de Martín Ramírez

«La pintura es materia encantada»

Apollinaire


La imperiosa necesidad creativa de Martín Ramírez, le empujaba a diario, como cualquier madrugada desde 1940, a incorporarse de forma cautelosa y recorrer en la oscuridad los largos pasillos del hospital +, sede del condado de Placer County en California.

Hacía mucho que se habían apagado las luces del pabellón, que solía ser sobre las ocho de la noche, pero el impulso transformador del genio hacía imposible su descanso y no le permitía darse tregua alguna. Se trataba de una fuerza vital que nadie sabía de dónde nacía y tiraba de él.


El caso, es que Don Martín Ramírez, hurgaba entre la basura del hospital, buscaba papeles, trozos de cartón, cartulina, impresos… un soporte digno para poderse expresar. Ese acto desesperado que tanto nos recuerda a los últimos días de Odilon Redón; en donde suplicaba por los mercados parisinos un poco de papel de embalaje con el que dar testimonio a infatigable expresión.

Una vez gestionado el material, (memorandos, sobres, vasos de papel aplanados, hojas de revistas, periódicos, libros…) pegaba los trozos que conformaría la obra con diversos adhesivos que el mismo elaboraba y que se componían de; patatas, migas de pan, avena... todo ello mezclado con saliva o mocos del propio autor.

Obviamente que todo cuanto cayera en sus manos se convertía en un soporte digno, pues en el Hospital DeWitt no existían demasiadas posibilidades y el poco material disponible, se mantenía reservado en las dependencias de la ceramista Marie DeShene; encargada del área ocupacional del hospital.


Debió ser todo un espectáculo presenciar, durante la madrugada, a Don Martín Ramírez dibujar, además de sobrevivir a ese silencio o vacío que marca la ausencia de confrontación, y tal como diría Baudelaire; «Lo imprevisible convertido en necesidad».

Sobre los materiales o tintas, diré que los montaba con lo que le venía de paso; algunas acuarelas, lápices de colores, tintes de zapatos y jugo extraído de alguna fruta. Los pinceles los confeccionaba transformando, de manera asombrosa, palillos de fósforos usados. Concluyendo todo ello en una pasta grasienta a la que añadía avena.

Dada las grandes dimensiones de su obra trabajaba directamente sobre el suelo, en cuclillas y en la posición usual que adoptan los hombres de campo mexicanos, mientras conversan o sencillamente se echan un cigarrillo. De vez en cuando y para poder apreciar en lejana perspectiva su obra, se subía sobre una mesa y desde allí observaba la evolución del trabajo.


Durante el día, nos contaron que se fabricaba un refugio bajo las mesas para huir del mundo, alejándose así de sus delirantes compañías.

La originalidad de su técnica, su brutal capacidad productora y lo misterioso del asunto atrajo el interés del personal del hospital. Doctores y enfermeros almorzaban en el pabellón con la única intención de poder verlo trabajar.

La fama de Don Martín Ramírez cruzó la frontera del hospital y la noticia del misterioso pintor mudo llegó hasta los profesores y estudiantes de la Universidad de Arte de Sacramento. Con lo que muchos artistas quedaron impresionados por el espectáculo que Ramírez ofrecía junto al clima de demencia que envolvía su obra; todo un concierto colmado de creatividad, aunque sin duda la obra de un desequilibrado en tierra de nadie.


¿En qué mundo habitaba Don Martín Ramírez?

¿Hacia dónde llevaban sus túneles?

¿Frontera?

2 comentarios:

  1. Una mente que buscaba inquieta, túneles o vidas, pero una búsqueda incesante. Maravilloso Ricardo. Besos :D

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  2. Gracias Margarita, otro de los seres, presuntamente, atormentados que han focalizado una especie de sanación a través de lo artístico.

    Besos, Ricardo.

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