lunes, 4 de enero de 2016

Krishnamurti y los Árboles


"Mi canción es la canción del río
En su anhelo por los mares inmensos
Divagando, divagando.
¡Yo soy la vida!

Krishnamurti

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Hay un árbol junto al río, y hemos estado observándolo día tras día por algunas semanas, cuando el sol está a punto de asomarse. A medida que el sol se levanta lentamente sobre el horizonte, por encima de los árboles, este árbol particular se torna súbitamente de oro. Todas las hojas se ven radiantes de vida, y cuando uno contempla ese árbol mientras las horas pasan -no importa el nombre del árbol, lo que importa es su belleza- una cualidad extraordinaria parece extenderse sobre toda la tierra, sobre el río. Y cuando el sol asciende un poco más, las hojas comienzan a aletear, a danzar. Y cada hora que pasa parece conferir al árbol una cualidad diferente.

Antes de salir el sol se le ve melancólico, sosegado, muy distante y pleno de dignidad. Y al comenzar el día, las hojas cubiertas de luz danzan y le dan al árbol ese peculiar sentimiento que uno tiene de inmensa belleza. A mediodía su sombra se ha hecho más profunda, y uno puede sentarse ahí protegido del sol, sin sentirse jamás solo con el árbol como compañero. Mientras uno permanece ahí, existe una relación de profunda y perdurable seguridad y una libertad que únicamente los árboles pueden conocer.

Hacia el anochecer, cuando el cielo occidental se ilumina con el sol poniente, el árbol se vuelve poco a poco sombrío, oscuro, y se cierra sobre sí mismo. El cielo se ha vuelto rojo, amarillo y verde, pero el árbol permanece quieto, oculto, y descansa durante la noche.

Si uno establece una relación con el árbol, entonces está relacionado con la humanidad. Uno es responsable, entonces, por ese árbol y por los árboles del mundo. Pero si uno no se relaciona con las cosas vivientes de esta tierra, puede perder toda relación con la humanidad, con los seres humanos. 



Nosotros nunca observamos profundamente la cualidad de un árbol; nunca lo tocamos realmente sintiendo la solidez, su áspera corteza, ni escuchamos el sonido que es parte del árbol: No es el sonido del viento entre las hojas, ni el de la brisa que en la mañana agita el follaje, sino el sonido propio del árbol, el sonido del tronco y el silencioso sonido de las raíces. Uno tiene que ser extraordinariamente sensible para escuchar el sonido. Este sonido no es el ruido del mundo, ni el ruido del parloteo mental, ni el de la vulgaridad de las disputas humanas y del conflicto humano, sino el sonido como parte del universo.


Viernes, 25 de febrero, 1983
Krishnamurti


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