martes, 1 de agosto de 2023

Ventanas, un relato de R. Reina Martel.



Me hallaba atrapado, sin salida.

La habitación se encontraba en penumbra, y mis pensamientos saltaban de un rincón a otro. Entendí que, si seguía mucho tiempo así, ellos mismos se declararían la guerra, y eso no tendría vuelta atrás. Estaría atrapado en un habitáculo sucio y sin escapatoria, condenado para siempre.

El suelo estaba cubierto de migajas y negruzcos insectos luchaban por ellas. Las paredes se consumían entre la mugre y el moho. Tan solo tenía un camastro que ocupaba todo el espacio. Libros y ropa se amontonaban en las esquinas, en un caos aparente.

Así vivía, en un confín del mundo donde todo era estático y sin cambios, al menos desde que tenía recuerdos. Cada vez que mi mente se movía, aunque solo fuera para reconocer el terreno, el dolor me abrumaba.

Una punzada intensa comenzaba en mi cerebro, recorría mi pecho y me dejaba mareado tras una inhalación dolorosa. Mi estómago se retorcía de dolor.
Luego, iba al baño, pero no quiero ni mencionar lo que ocurría allí...

Así transcurría el tiempo, sin rumbo ni esperanza, envejeciendo en la más pura ambigüedad, sin atreverme a cambiar. Hasta que un día, el viejo marco de madera cedió, astillándose y permitiendo que un rayo de luz se filtrara. Me quedé atónito al ver las partículas de polvo bailando con la luz. Era fascinante, nada había sido tan importante en años.

Tumbado, extendí mi brazo y dejé que mis dedos se unieran a la danza de las partículas.

Entonces recordé la ventana, cuántos años sin abrirse. Lleno de rabia, tiré del picaporte una y otra vez hasta hacerme daño. La sangre corría por mi mano, pero ya no me importaba, la sangre era solo sangre. Continué tirando con desesperación hasta que finalmente cedió, y la ventana se abrió de par en par.


La luz entró de golpe. Cerré los ojos, respiré el aire fresco y sentí una limpieza que no recordaba. La vida regresó cuando ya no la esperaba, los poros de mi piel se erizaron, me quité la agujereada camiseta y dejé que mi pecho se sintiera acariciado por la brisa.
Lloré como un niño pequeño al ver la claridad del día, y entonces, todos aquellos pensamientos oscuros huyeron atemorizados.

Recobré el ánimo y miré la habitación nuevamente, pero esta vez ya no había sombras. Los pensamientos tenebrosos escaparon de la luz.

Entonces recordé que había puertas para entrar y salir, recordé que más allá de mi prisión había un mundo esperándome. Lo dejé todo atrás, ropas, pertenencias y mis queridos libros que habían quedado en silencio. Era hora de regresar y empezar de nuevo. Desnudo y con la piel de gallina, observé más allá de la ventana. Los árboles se dejaban acariciar por una suave brisa. ¡Cuánto tiempo había pasado sin dejarme acariciar!

El miedo no me vencería esta vez. Crucé la puerta en dirección al sendero que llevaba al bosque y, mientras me alejaba, le dije adiós a mi casa y prisión. Una ventana que desde afuera parecía un triste y soporífero agujero, me había devuelto a la vida.


1 comentario:

  1. Qué maravilla de relato amigo mío, qué forma más espléndida de mostrar lo que es sentirse encerrado, acorralado, incluso dentro de tí mismo, y al fin, lograr la libertad con el deseo de hacerlo. Por cierto, las fotos son una maravilla. Besos :D

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