martes, 3 de agosto de 2021

Don Martín Ramírez I

«La pintura es materia encantada»

Apollinaire

La imperiosa necesidad creativa de don Martín Ramírez le empujaba a diario, como cualquier madrugada del año 1940, a incorporarse de manera cautelosa y recorrer en la oscuridad los largos pasillos del hospital DeWitt en Auburn, sede del condado de Placer County en California.

Hacía mucho que se habían apagado las luces del pabellón, allá sobre las ocho de la noche, pero el impulso transformador del genio le imposibilita darse una tregua. «Se trata de una fuerza vital que nace bien sabe de dónde y que es invisible» nos decía Antonio Blay.

Energía procedente de una fuerza primaria, según Maslow; «La personalidad es la expresión de la fuerza vital del individuo, y, probablemente, la extensión de dicha fuerza al medio ambiente».


El caso es que don Martín Ramírez hurgaba entre la basura buscando papeles, trozos de cartón, cartulina, impresos… cualquier soporte digno de poder expresarse.

Ese acto que tanto nos recuerda a los últimos días de Odilon Redón; donde suplicaba por los mercados de frutas parisinos algo de papel de embalaje para poder dar testimonio de su expresión.

Una vez gestionado el material; memorandos, sobres, cartas, vasos de papel, hojas de revistas, periódicos, libros y demás elementos. Pegaba los fragmentos que conformarían la obra con un adhesivo que el mismo elaboraba y, que según se cuenta, se componía de patatas, migas de pan, avena... todo mezclado con saliva o mocos del autor.


Obviamente que, todo cuanto cayera en sus manos se convertía en material digno de ser utilizado; pues en el Hospital DeWitt no existían demasiadas posibilidades y el poco material aportado se mantenía en las dependencias de la ceramista Marie Deshene, encargada del área ocupacional del hospital.

Un espectáculo debió de ser el poder presenciar, durante la madrugada, la imperiosa labor de don Martín.

Sobrevivir al silencio, a ese vacío que marca la ausencia de confrontación, discurso como diría Baudelaire; «Lo imprevisible convertido en necesidad».

Sobre los materiales o tintas, diré que utilizaba lo que le llegaba; algunas acuarelas, lápices de colores, tintes de zapatos y jugo extraído de alguna fruta… Concluyendo todo ello en una pasta grasienta a la que solía añadirle avena.

Los pinceles los confeccionaba reconvirtiendo, asombrosamente, palillos de fósforos usados.


Dada las grandes dimensiones de sus obras trabajaba directamente sobre el suelo y en cuclillas; en la posición usual que adoptan los hombres de campo mexicanos, mientras estos conversan o se echan un cigarrillo. De vez en cuando, y para poder apreciar en perspectiva su obra, se subía sobre una mesa y desde allí observaba la evolución del trabajo.

La originalidad de su técnica, unida a una brutal capacidad de producir y junto a lo misterioso que rodeaba el asunto, atrajo el interés del personal del hospital. Doctores y enfermeros se quedaban en el pabellón, una vez transcurrida su jornada laboral, con la única intención de verlo trabajar.


La fama de don Martín Ramírez cruzó la frontera del hospital, pues la noticia del misterioso pintor mudo llegó hasta los profesores y estudiantes de la Universidad de Arte de Sacramento. Y muchos artistas quedaron impresionados por el espectáculo que el señor Ramírez ofrecía. El concierto creativo de un demente anónimo, un habitante en tierra de nadie.

Durante el día no vivía, solía levantar un refugio bajo las mesas, alejándose de sus convecinos y delirantes acompañantes.

Más ahora, nos toca preguntarnos:

¿Hacia dónde llevaban sus túneles?

Sí, una frontera.

Pero, ¿hacia dónde?

1 comentario:

  1. Hola Ricardo, es increíble lo que puede hacer el ser humano. Como a partir de cualquier elemento por no hablar de lo que utilizaba para unirlo, podía dar lugar a algo tan hermoso, y bueno... delirante locura de arte maravilloso. ¿Hacia dónde llevaban sus túneles? Tal vez, hacia su auténtico ser.
    Besos :D

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