viernes, 3 de octubre de 2025

María Moliner en el recuerdo


Anoche, mientras regresaba a casa, escuché un programa de radio que hablaba sobre María Moliner.
Iba conduciendo en silencio, con la noche pegada a los cristales, y sentí que su historia me acompañaba como una vieja melodía que uno no sabe de dónde recuerda.

Decían que, siendo apenas una niña, María consiguió sacar adelante a su familia tras la marcha del padre.
Daba clases de latín, matemáticas e historia en su propia casa, entre cuadernos y libros prestados, con la firmeza de quien entiende que la palabra puede salvar.

Ratoncita de biblioteca —como ella misma se definía—, dejaba que sus sueños se perdieran entre anaqueles interminables y pasillos de polvo y silencio.
María adoraba los libros, amaba el léxico, y por encima de todo: la palabra.

En 1921 se licenció en Zaragoza, en la especialidad de Historia, con las máximas calificaciones y premio extraordinario.

Su nombre comenzó a escribirse en mayúsculas cuando ingresó en la Biblioteca Nacional y más tarde en el Archivo General de Simancas.
Fue también la primera mujer en impartir clases en la Universidad de Murcia.

Durante la Segunda República colaboró con la Institución Libre de Enseñanza y participó en aquel sueño colectivo de las Misiones Pedagógicas, llevando libros y esperanza a los rincones más humildes del país.

Se empeñó en fundar una biblioteca en cada pueblo —más de 5.500 logró levantar— hasta que la guerra apagó la voz de los maestros.

Después llegó la sombra: la depuración franquista, el silencio impuesto.

Pero María no se rindió.

Ya hablaba alemán e inglés, y en su casa, refugiada en una mesa camilla, comenzó la obra de su vida: el Diccionario del uso del español, su propio universo de palabras, tejido a mano durante quince años.


A fuerza de tesón y de amor por la lengua, volvió al mundo de los libros como directora de la Biblioteca de la Escuela Técnica de Ingenieros Industriales de Madrid, donde trabajó hasta su jubilación en 1970.
Fue entonces cuando el Ministerio de Educación y Ciencia reconoció su legado con la Orden Civil de Alfonso X el Sabio.

María Moliner falleció en Madrid, en 1981.
Pero su nombre, como las palabras que tanto cuidó, sigue vivo.

Hoy he querido recordarla.

Porque a veces, en medio del ruido, conviene volver a quienes hicieron de la palabra una forma de resistencia, de belleza y de verdad.