sábado, 15 de enero de 2022

As de Picas


La locomotora humeaba en esa fría mañana de febrero, el gran reloj de la estación marcaba las nueve en punto de la mañana. Había concluido su estancia en Alyn Hall, el orfanato en el que había trascurrido su corta existencia. No tenía nadie en el mundo, tan a solo a la tía Emily en Birmingham, a la que solo había visto una vez. Con catorce años recién cumplidos sentía un miedo terrible a salir del mundo que siempre había conocido.

Su pesada maleta de madera le delataba. Los cristales del vagón se habían empañado. Al fin tuvo algo de suerte y se hundió en el asiento, junto a la ventana.

El mundo se hallaba dividido entre los gorros rojos y amarillos, pero él era apenas un niño y sabía poco. En el orfanato poco le habían contado sobre eso.

El vagón se fue llenando, mientras la locomotora de vapor no paraba de silbar. Una chica joven, un poco mayor que él, quizás 16 o 17 años se sentó frente a él. De rostro dulce y afable, vestida de blanco y luciendo un generoso escote captó de inmediato su atención. Su deficiente relación con el sexo opuesto se había limitado al personal de cocina y limpieza del orfanato, constituyendo el mayor de los misterios.


La chica se hallaba rodeada por dos sombreros rojos, flácidos, larguiruchos y de nariz aguileña. Aguardaban, como pájaros de presa, la mínima oportunidad para lanzarse sobre su presa.

A su lado se acopló un señor rechoncho y bajito de gorro amarillo. Estaba claro que irían a por él. Un último asiento que quedaba libre, lo ocupó una dama con vestido de encajes. Era un comodín no cabía la menor duda.

La locomotora silbó lacónicamente en el aíre, comenzaba la batalla. Conforme se alejaron de los suburbios londinenses el paisaje se fue inundando de campiña verde. Los sombreros rojos manifestaron sin pudor sus ojos saltones, mirando de un lado a otro, igual si fuesen alimañas desquiciadas. Y el de gorro amarillo lució su negruzca lengua, tan larga que era capaz de tocarse la punta de la nariz. La dama sacó un abanico y comenzó a mover el aíre. La niña le lanzó un As de corazones sobre la entrepierna del chico.


    —Juega —le dijo.

    —Va —le devolvió la misma carta convertida en un dos de corazones.

    —Tuya —el naipe presentaba ahora un As de diamantes. Los sombreros miraban nerviosos, mientras durase el juego no podrían intervenir.

    — ¿Cómo te llamas? —dijo el chico arrojándole un dos de diamantes.

    —Nyn Brighid y soy la única esperanza que dispones salir vivo de aquí. Te han introducido en un matadero, así que sigue jugando —le deposita suavemente sobre las piernas un As de trébol.

La dama se abanica sofocada, la locomotora coge velocidad.

A los sombreros rojos parecen salirse los ojos de sus órbitas, aunque la lengua del sombrero amarillo roza el lóbulo derecho del chico.

    —Date prisa, se acerca el túnel —grita Nyn Brighid.

Justo a la entrada le devuelve el dos de trébol, apenas queda tiempo. Se hace la oscuridad.

La chica se coloca una diadema de cobre, forjada en ruedas dentadas. El vagón se halla ahora vacío —demasiado lento —se dice para sí misma

    —El As de picas de quedó en camino, los chicos de hoy ya no saben jugar.





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