domingo, 10 de octubre de 2021

El último viaje

 


    Ya no queda nada de mí en Punaania. Quiero huir lejos y ocultarme de todos; gritar y morir, y si es posible en medio del bosque, en Hiva-Do.

Han tomado Tahití; hombres ruines venidos de San Francisco. Ahora contaminarán lo poco que queda de verdad entre mis nativos y por mi parte… ya ni siquiera valgo para matarme. Lo he intentado con arsénico; siempre fui un hombre dado a los excesos y fijaos que tomé tanto arsénico que hasta me embriagué de él.

El dolor me puede, mi cuerpo ya no da para mucho más.

Me viene el tiempo pasado en París, el café Voltaire y Meyer, mi poeta. También Mallarmé y hoy, más que nunca, rememoro al sentimental Vincent y hasta el viejo Cezanne; ahora que he descubierto que, después de todo, no éramos tan diferentes.

Aquí en Hiva Do, junto a María Rose, transito el final de mis días. Mi pierna se pudre, mi cuerpo se corroe y tengo la sensación de que hasta también se consume mi alma.

Me he permitido desafiar a cuantos he conocido y va siendo hora de detenerse. Y ahora que lo consigo ¿Por qué demonios no me dejan en paz? ¿Pretenden que un espíritu bárbaro como el mío comulgue con los mansos y pedigüeños? Nunca me arrodillaré y menos ante el misionero que infecta con sus creencias a quienes nacieron puros de corazón. Dejadme ser un salvaje, dejadme ser un indígena, dejadme ser irracional.

Lo he deseado durante toda mi vida; esa alianza entre lo salvaje y originario. La he buscado como una difamación y siempre en el límite de lo desconocido. No pude evitarlo, nací maldito y con un alma condenada.


¿Cuándo comienza todo?

Con apenas un año de edad acometí mi primera huida y marché con mi familia al lejano Perú, debido al regreso de Louis Napoleón. Más tarde, me acogió la ciudad de Orleáns, en la casa del tío Isidoro, y ya siendo un mozo, embarqué como grumete en el Lusitana y sin tiempo que perder; pasé a ser alférez, en el Chili y en el que recorrí el mundo entero; eso sucedió allá por 1868.

Luego intenté hacerme domesticable, la fiera que habitaba en mí se apaciguó por un tiempo. Me casé con Mette Sophie y con el nacimiento de mi hija Aline casi lo consigo. Pero un día la bestia despertó, llevándose aquellos años de paz en Copenhague y, cuando menos lo esperaba, llegó el paraíso. Era 1886 y todo sucedió en la pensión de Madame Gloanec, en la pequeña aldea de Pont–Aven, en la Bretaña, donde jóvenes artistas me admiraban. Por entonces me sentía el hombre más importante del mundo. Allí junto a Bernard Laval y el bueno de Meyer, fundamos el llamado simbolismo sintético; qué tiempos aquellos…

Panamá supuso mi siguiente huida y junto a mi amigo Laval trabajamos en la construcción del gran canal. Hasta que, consumidos y exhaustos escapamos a la isla de la Martinique. Luego, los excesos nos hicieron enfermar y al final hubimos de regresar a París.


El siguiente episodio se configura en Arles, en casa de Van Gogh, donde pasé varios meses junto al más loco de los locos. Hasta que una noche, a principios de abril de 1891, partí rumbo a Tahití. De todo ello dejo constancia con la publicación de mi libro Noa Noa (Tierra Gigante). Me instalé en una cabaña y en el distrito selvático de Matacía, en Papeote. Allí conocí a la hermosa y única Tehura; la que adoraba a un dios de los muertos llamado Yupapau. La amaba como un endemoniado y en las largas noches de entonces no faltaban nativas que acercándose hasta mi lecho me seducían hasta la extenuación.

Dos años más tarde regresé a París y tomé como amante a Annah, una víbora de la isla de Java. Después de una larga lista de incidentes y vicisitudes; abandoné definitivamente Europa para no volver jamás.

En el 3 de abril de 1895, regresé de nuevo a mis islas; instalándome en este segundo viaje en una cabaña en Punoania, pasando mi tiempo entre depresiones y enfermedades. La muerte de mi hija Aline me hizo reconsiderar.

¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos?

Las Marquesas, una isla en el fin del mundo, ahora infectada por misioneros; he llegado tarde.

Bosques de Hiva- Do,
mi último viaje, apenas queda tiempo.
Corceles, corceles blancos en la playa…

Un relato de R. Reina Martel

2 comentarios:

  1. Toda una vida viajando, viviendo, sintiendo, ganando y perdiendo. Me ha encantado leer esta historia Ricardo. Besos :D

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    1. Paul Gauguin fue un inconformista donde los haya, gracias a eso revoluciono el mundo de la pintura, sus formas y colores.

      Besos, Ricardo.

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