Imagen de Andy Goldsworthy
La figura de un pozo que jamás he visto con mis propios ojos está grabada a fuego en mi mente como parte inseparable del paisaje. Puedo describirlo en sus detalles más triviales. Se encuentra en la linde donde termina el prado y comienza el bosque. Es un gran agujero negro de un metro de diámetro que se abre en el suelo, oculto hábilmente entre la hierba. No lo circundaba brocal alguno, ni siquiera un cercado de piedra de una altura prudente.
Aquí y allá, las piedras del reborde, expuestas a la lluvia y al viento, han mudado un extraño color blancuzco, se han agrietado y han ido desmoronándose. Unas lagartijas verdes se deslizan entre las grietas. Sé que si me asomo y miro hacia dentro no veré nada. Es muy profundo. No puedo imaginar cuánto. Y está tan oscuro como si en una marmita alguien hubiera cocido todas las negruras del mundo.
Hay un pozo muy hondo por alguna parte. Pero nadie sabe encontrarlo.
Si alguien se cae dentro está perdido.
—Es muy, pero que muy profundo— decía Naoko, escogiendo cuidadosamente las palabras.
Ella hablaba así a veces: muy despacio, buscando los términos adecuados.
—Es muy profundo.
—Pero nadie sabe dónde se encuentra.
—Claro que está por allí, en algún sitio.
—Eso es seguro.
Murakami
Tokio Blues
Un libro que me fascinó, un texto que me puso la piel de gallina. Besos :D
ResponderEliminarPara mi Tokio Blues supuso el descubrimiento de Murakami, su frescura me impresionó.
EliminarBesos, Ricardo.