viernes, 26 de noviembre de 2021

El secreto de la gran ola de Kanagawa


Vayamos juntos
a contemplar la nieve
hasta agotarnos.
Matsuo Bashō

Tenía muchas ganas de indagar sobre esta ilustración, que me encontré en el museo Oriental de París. Me produjo tal impresión que inmediatamente me sentí empequeñecido frente a esta maravilla, la cual y por entonces, no podía identificar. Por lo que recuerdo, que me dejé llevar por sus formas a la vez que me preguntaba; ¿Qué era aquello que con tanto magnetismo surgía de la obra?


Katsushika Hokusai nació en 1760 en Tokio. Hijo de un fabricante de espejos, creció en el seno de una clase social poco valorada. En aquella época, los artesanos estaban peor considerados que los comerciantes y muchos menos que los agricultores. Si quería progresar en la sociedad de su tiempo, alguien como él tenía lo tenía muy difícil.

Comenzó en una librería como ayudante, y consiguió salir adelante gracias a reproducir ilustraciones y portadas de libros. Entonces se cambió el nombre a Tetsuzo, comenzando su carrera en el mundo del arte como Horishi.

A los 18 años logró entrar como aprendiz en una prestigiosa academia de grabados donde su mentor le volvió a bautizar. Pasó a llamarse Katsukawa Shunro y allí empezó a firmar y vender sus primeras obras. Ni su puesto en la academia ni el nombre le durarían demasiado: en 1794 ingresó en una escuela de ilustración y se convirtió en Sori, nombre con el que conseguiría una gran fama gracias a lo bien que se vendían sus obras de encargo y en especial las de carácter erótico.


Aunque también sería conocido como Taito o Iitsu, su gran reconocimiento le llegó cuando tomó el nombre de Hokusai, el cual adoptó cuando ya gozaba de una buena posición económica que le permitió ir por libre y ganarse la fama de genio bohemio. Sus ukiyo-e creaban escuela entre sus contemporáneos y él, se jactaba de vivir para grabar y de ser capaz de proezas que otros ni soñaban.

Entre ellas se cuenta que pintó un retrato de un monje zen en un papel de una superficie de doscientos metros cuadrados, o que hizo cuadros de golondrinas sirviéndose únicamente de un grano de arroz.

La gran ola de Kanagawa es en realidad un grabado en madera, una técnica conocida como ukiyo-e y que tiene su origen en China. Forma parte de una colección de 36 grabados, con el monte Fuji como eje central. De hecho, la obra completa se llama las 36 vistas del monte Fuji. La más conocida es esta, en la que el volcán cede protagonismo a la gigantesca masa de agua, temible y hermosa a partes iguales.

Con casi de 70 años de edad, fue cuando se publicó la colección de grabados en los que se encuentra la ola japonesa más famosa de todos los tiempos. Su éxito fue tal que a la colección original le fueron añadidas otras 10 obras, todas realizadas por el artista. Pero por desgracia, su estudio artístico sufrió un incendio y la mayor parte de sus trabajos ardieron con él. La ola de Hokusai también se perdió, convirtiéndose en una pieza a medio camino entre el arte y la leyenda. Todas las obras que se conservan hoy en día son simples réplicas.


Uno de los elementos que puede pasar desapercibido, son las tres barcas que se pueden ver en el lado derecho del cuadro de la gran ola. En cada uno de los barcos hay diez personas, aunque en uno de ellos no se puede apreciar este número porque una ola más pequeña cubre la mayor parte. Sin embargo, se puede determinar fácilmente al ver las otras dos. Las barcas reflejan una escena cotidiana, la pesca del atún en primavera, tarea de la que se encargaban ocho personas para llegar lo más deprisa posible al puerto y vender las piezas capturadas en el mercado, donde los comerciantes podían llegar a pagar por uno de estos primeros pescados la mitad del sueldo que cobrara un trabajador.

La ola se cierra en forma de espuma que parece tener garras, como si estuviera a punto de tragarse a los aguerridos pescadores. Además, forma una espiral perfecta desde el centro del cuadro hacia el exterior, motivo por el cual muchos pintores se obsesionaron con la escena, ya que la simetría que tiene es asombrosa.

Este cuadro es la versión definitiva de un trabajo que le llevó años realizar, como demuestra el hecho de que antes de que se publicara este grabado aparecieran dos dibujos con una temática parecida, mostrando una ola imponente que se alza durante una tormenta.


La gran ola y su relación con el ying y el yang

Si nos fijamos bien en la zona que ocupa el mar y la que no, podemos ver que el cuadro es muy parecido al símbolo del ying y el yang, un concepto muy oriental que habla del bien y el mal, o del todo y la nada. En este caso, el todo lo ocupa la gran ola mientras que el resto es un trozo de espacio vacío, muy presente en conceptos como el Zen o el feng shui.

Otro de los elementos que demuestran que esta idea era una de las que perseguía el artista es que, si se reduce el cuadro a solo dos formas, llenando con un solo color la parte de la ola y dejando el resto vacío, si le damos la vuelta podemos ver que la imagen es prácticamente idéntica. Como ocurre con el ying y el yang. Una curiosidad que explica el porqué de ese halo místico que tiene el cuadro.

Cuando el arte japonés llegó a occidente, la gran ola de Kanagawa no tardó en convertirse en una de las más influyentes entre determinados artistas. Pintores como Monet, Renoir o van Gogh, así como músicos y escritores, se inspiraron en las olas japonesas, y sobre todo en la ola Hokusai más famosa, para realizar algunos de sus trabajos. Muchos de ellos tenían en su estudio o en su vivienda ejemplares de la gran ola.

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