Ateneo de Sevilla, hoy a las 18:00 horas.
Desde ese insigne lugar, cuna del 27 y sueño de Sales y Ferré, Tomás nos hablará de su libro, nos contará mil y una historias y hasta puede que nos lea alguno de sus relatos.
Su mirada nostálgica —carita de niño bueno—, embaucará el acontecer de nuestro día y con un juego prestigioso, de esos que solo saben hacer los magos, y sin que apenas se aprecie, nos ubicará en lo más dulce de nuestra memoria —en nuestra zona más humana—; colmándola de aromas de pinos y damas de noche.
Tomás representa ese profesor bueno que uno nunca tuvo, la mirada a un pasado amable que nos sostiene y salvaguarda de un presente borroso y confuso.
Tomás representa ese sostén, esa zona mítica en la que se mantienen las fábulas y las quimeras; dado que el mundo de Tomás es otro mundo y, por lo tanto, la razón de ser y de todo escritor que se precie.
Sin vida interior nada hay que contar y Tomas mantiene un firmamento dentro de sí, un planetario en el que muy pocas personas tienen cabida.
A Tomás le salva la evocación de un paraíso; puede que, en Hinojos —tal como la mítica Tartessos—, en el recuerdo de los cines de verano, en la literatura clásica y romántica, pero… por encima de todo en la figura del padre, tal como la gran historia literaria nos subscribe.
Lourdes le enseñó a montar en bicicleta, los secretos de los museos, la salida que ofrecen los angelitos, además de su colección de muñecas y su pasión por Valdés Leal, pero, sobre todo, le enseñó a mirarse a través de ella.
Él le entregó a ella los secretos de Odiseo, la voz de Orfeo, el canto de las sirenas, además de un paseo sobre un mar plácido, bajo las estrellas, y en donde unas islas eternas se mantienen sostenidas en el tiempo.
Él le ofreció a ella un viaje a Ítaca, un laberinto de hojas que, aunque denomina tristes, representan un bálsamo para el alma y un deleite para el espíritu.
Con todo mi cariño.
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