domingo, 28 de julio de 2024

El Emperador del Hambre, de Aldo Ares.




«Lo más auténtico de nosotros es nuestra capacidad para crear, superar, soportar, transformar, amar y ser más grandes que nuestro sufrimiento».

Ben Okri


Nos habíamos llevado a la playa dos libros; uno, mi hija Inés, llamado «Nada y así sea». Este debería rondar por casa desde hace al menos 30 años. Es un libro desgarrador en el que la periodista italiana nos aporta datos y testimonios impactantes de la guerra de Vietnam.

Yo elegí el libro «El emperador del hambre» de mi querido amigo Aldo Ares; publicado magníficamente por Elvo editorial. No lo hicimos adrede, pues ni mi hija ni yo sabíamos qué libro se llevaría cada uno. Pero, justo cuando recogía los enseres en el coche para subirlos al apartamento, los dos libros se unieron, algo que ya me dio qué pensar. Dos testimonios, dos conflagraciones, dos miserables guerras; una en Asia, la otra en África.

«El emperador del hambre» lo devoré en seis días; es un texto magnético que te atrapa sin parangón alguno desde sus inicios. Terroríficamente actual, nos sumerge en los pormenores del desconocido país de Guinea Bissau, al menos para mí.

Es una historia que bien podría repetirse en otros lugares del continente, con entramados políticos, muerte y solo muerte, diría el poeta. Es la dictadura del terror, en la que se hace mella la más alta miseria humana. El personaje da realmente asco, lo puedo asegurar; refugiado en el Algarve portugués y a tan solo 60 km de donde leía este libro, situación que consiguió ponerme contra las cuerdas.


La emoción contenida, ese nudo en la garganta unido a la rabia, hacía que el texto se fuera consumiendo a un ritmo frenético. Aldo Ares combina de manera magistral los géneros de novela y de ensayo periodístico, contados en primera persona.

Reconozco haber leído poco sobre la literatura africana, y mi referencia más cercana me llegaba de la mano del escritor Ben Okri, con su novela «El camino hambriento», gracias a los consejos de mi yerno Calum Wheeler, quien insistió en su lectura.

Lectura fácil, sin ornamentos; al grano, diríamos. Eso sí, mostrando la cruda realidad sin tapujos de ningún tipo; la historia repetida, la misma historia de siempre. Tiranía, muerte y solo muerte, lugares donde apenas se desarrolla la condición humana, más una lucha por el poder encarnizada. Sobresale la figura del profesor, tantas veces repetida en la historia: ese profesor que desea salvar el mundo motivado por los más altos ideales, personaje mítico en toda guerra que se precie. Figura que, sin apenas darse cuenta, se ve envuelta en un mundo turbulento en el que nada parece tener salida. Y a pesar de todo, insiste, poniendo en peligro su propia vida y la de su familia.

«Las reglas eran sencillas: nada de reglas», nos diría Khaled Hosseini en su «Cometas en el cielo».

Magnífico el trabajo de campo en lo referente a la magia negra y el vudú; impresiona de veras la crudeza con la que el autor describe la situación, llevando al lector de la mano por entre una selva umbrosa que da lugar a este tipo de situaciones, de míseras perspectivas. Desventuras que nos alejan de cualquier atisbo espiritual o místico. Puedo asegurar que lo que menos le queda a uno son las ganas de solicitar ayuda o consejo a uno de estos hechiceros.


El planteamiento del libro me llevó a comparar lugares como Burkina Faso, Nigeria, la masacre de Halabja o Somalia; zonas que ya había tocado en alguna de mis novelas, ya que en todos esos lugares se vuelve a repetir más de lo mismo: degradación, angustia e infamia.

Digna de reseñar es la relación del dictador Teo y su esposa Carola, entramado psicológico que da lugar a los capítulos más demenciales de la historia, y en el que también hube de comparar dicha relación con otras no menos dignas: Hitler y Eva Braun, Franco y doña Carmen Polo, Nicolae Ceaușescu y Elena Ceaușescu, o Mussolini y Clara Petacci como ejemplos clásicos de la adoración del otro, a pesar del más ruin de los comportamientos.

Una obra de arte para tiempos difíciles, escrita para quienes no se contentan con lo que les cuentan y aquellos que se atreven a desafiar lo establecido. Libro valiente, interesante a más no poder, ideal para quienes buscan algo diferente y se prestan a explorar una literatura comprometida. Es para mí un honor reseñar un libro tremendamente actual, que nos enseña a resistir y, por encima de todo, nos da la posibilidad de explorar la intrincada mente humana, la injusticia y los más altos valores solidarios.

Concluyo con estos versos de Emmanuel Chitsanzo, el poeta de Malawi.


«Aquí estoy llorando al viento,

como si mis gotas se convirtieran en nubes

solo para poder volver como gotas de lluvia».


Del poema, «Recuérdame».


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